domingo, 12 de enero de 2014

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



CUADRAGESIMOQUINTO YO

Cuando el extraño conflicto
entre Liliput y Blefuscu,
por ese tonto incidente
donde el heredero del trono
se avulcionó el dedo índice
al querer partir un huevo
por el extremo más ancho,
yo era próspero mercader
en territorio australiano.

La guerra fue dura y larga
pese a los sabios consejos
del gran profeta Lustrog,
quien afirmó contundente:
Cada uno de los creyentes
debe partir los huevos
como mejor le plazca.

Mis ganancias decrecieron
de manera tan violenta,
que ahora ya no me alcanzan
para cubrir los impuestos,
y en medio de la pobreza,
sin esperanza ninguna,
transporto a los refugiados
en mi pequeño navío,
desde la diminuta Liliput
hasta la triunfal Blefuscu.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



CUADRAGESIMOCUARTO YO

Cubro el cuerpo con jirones
y mi presencia se advierte
después de la media noche
por percances que produzco
en casas donde se apiñan
los asquerosos humanos.

Impido a gallinas y palomas
que depositen sus huevos
en los nidos preparados,
mientras destrozo furioso
jarras, platos y persianas,
que hacen ladrar los perros
y asustar los viejos gatos.

Abro grifos, doy portazos,
destruyo las cañerías,
apago y enciendo velas
con el fin de despertar
los infantes con mis ruidos,
sin ninguna explicación.

Contra tantos desafueros
solo queda huir de casa
sin dar nueva dirección,
ya que puedo introducirme
sin problema en los trasteos
para angustia y desespero
de los que van en mudanza.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



CUADRAGESIMOTERCER YO

Vivo en un lugar del continente asiático,
denominado La Ciudad de los Nagas.
Nuestras mujeres son bellas,
tiernas, juiciosas y amantes,
y se sienten halagadas
al conquistar nuestro amor.

Noble con los humanos,
aunque también soy violento
y produzco pesadillas
a los que bien no me quieren.

Ayudo en juegos de azar
y a descubrir los tesoros
en el fondo de la Tierra,
o golpes de suerte iguales,
desde mi hogar subterráneo.

Mi ciudad no ha sido vista
por ningún ojo mortal,
pero es sabido que tiene
bellos y altos edificios,
excavados en las rocas
junto a grandes precipicios.

Sus calles van recubiertas
con diamantes y rubíes,
rescatados de un océano
cuyas aguas son de leche,
en las antiguas batallas
entre dioses y demonios,
libradas sin tregua alguna
desde el comienzo del tiempo,
para bien de todo aquel
que respeta mi cubil.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico



CUADRAGESIMOSEGUNDO YO

Cuando el Divino Forzudo cercenó de un tajo
las siete cabezas del monstruo que habitaba
en los pantanos de Lerna,
hinqué mi tenaza en su nervudo pie
como defensa de un servidor a su dueña.

Fui aplastado por el héroe, pero Hera,
lista a castigar los amores del Supremo,
me introdujo en los cielos como Cáncer,
símbolo exacto de la Gran Madre.

Retraído como todos los cangrejos,
hinco las pinzas tan profundo
que no escapa el capturado.
De otra parte, sin embargo,
doy mi corazón a los leales,
y lecciones de valor a los traidores.

Por tales cualidades honran mi presencia
los que conocen mis odios refinados
en el campo de los vivos y los muertos,
ya en la tierra o en el amplio firmamento.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"


CUADRAGESIMOPRIMER YO

Con amor y gallardía
crucé praderas y bosques
sobre un corcel de mil patas,
buscando las buenas causas
que defendieran sin tregua
menesterosos y débiles.

Las órdenes de mi alcurnia
fueron la envidia de reyes,
su admiración o desprecio.

Mi sangre noble y ardiente
bullía como un volcán
en mi ánima compasiva;
mis sentimientos y honor
eran limpios y elevados,
y a mi joven fortaleza
la transformaba en hombría.

Orgulloso de mi estirpe
y de mis escasos años,
empecé como escudero
cantando dulces tonadas
al compás de mi laúd.

Trabajé de mensajero
entre el Señor y su Dama,
siendo discípulo y criado,
a la vez que confidente,
dispuesto a bien celebrar
las hazañas de mi Amo.

Cuando gané las espuelas
los armeros me alabaron
calándome la armadura,
alistándome la lanza,
la espada y hasta el puñal.

Los heráldicos expertos
diseñaron en mi escudo
los símbolos más propicios
de mi nueva condición.

Adquirí los amuletos
que detienen la desgracia
antes de haber llegado,
y practiqué con valor,
en diferentes palestras,
lo de mi primer torneo.

Partí sin ningún temor
para riesgosas empresas,
y combatí a los paganos
al darme guante y pañuelo
encopetadas doncellas.

Otras de mayor edad
prefirieron obsequiarme
sensuales medias de seda
para lucir en mi yelmo,
relumbrante como el Sol.

Arribé a las poblaciones
pidiendo siempre noticias
de individuos depravados
que hubiesen alguna vez
raptado jóvenes vírgenes
cuando se hallaban dormidas.

Enfrenté a los hechiceros,
a implacables basiliscos
y enfurecidos gigantes
devoradores de niños,
o viudas acongojadas
que imploraban compasión.

A veces regresé a casa
con cabezas de dragones
asidas contra la silla,
y hasta bellas damiselas
sentadas sobre la grupa
de mis caballos trotones.

Completé mis aventuras
llevando vino y canciones
a mis posibles amantes.

Pero un día descubrí
la calva bajo mi yelmo,
para burla de las damas,
que rieron sin detenerse
de mi silueta ya fofa.

Entonces me dediqué
a recordar mis andanzas
por los reinos enemigos,
a no pensar en mujeres
de cerebro casquivano,
ni en vírgenes desteñidas
con alma y cuerpo de loza.

Hoy me encuentro dedicado
a pulimentar mis versos,
mientras llega la Pelona
con su guadaña de acero
a desgajar limpiamente
la causa de mis desvelos,
que no es otra que la vida
del que ahora es hombre viejo.