TRIGÉSIMO
YO
Cuando
una serpiente ampolla
ciertos
huevos de gallina
desciendo
sobre la Tierra
con
mi espantosa figura.
Mi
tamaño es el de un gato,
aunque
soy el más terrible
de
los monstruos conocidos.
Ni
el caballero más puro
logra
vencer la fiereza
que
tienen mi dentadura
y
mi forma de mirar.
Con
las dos destruyo árboles,
derribo
en vuelo los pájaros
y
acabo todas las plantas,
salvo
la hierba de gracia,
que
ha sido siempre tan útil
para
brujas practicantes.
De
no ser por la comadreja
y
el gallo vistoso y fatuo,
acabaría
con el mundo
en
menos que canta un gallo,
pues
el canto de este animal
me
mata con sus sonidos
cuando
lo escucho alelado.
En
cuanto a la comadreja,
que
ataca sin darme tregua,
sale
siempre vencedora
porque
sana sus heridas
con
las hojas de la ruda.
Cuando
Plotino, el filósofo
que
enseñó en Alejandría,
siendo
un ciego natural,
tapó
los ojos de un miembro
de
mi querida familia,
para
llevarlo a su casa
después
de domesticarlo,
lo
vio morir al instante
por
el canto de los gallos
y
no como se dijera,
por
mi espantosa figura.