TERCER
YO
Cuando
el mundo invisible
del
suelo y del subsuelo
está
más cerca de nosotros,
amo
deambular por los caminos
en
las cálidas tardes de verano,
escuchando
la quietud campestre
y
el sonido de los campanarios
que
invitan a la magia y al reposo.
El
espíritu amatorio de la tierra
revela
sus secretos inaudibles
para
simples e incrédulos viajantes
trastornados
por la tecnología.
Las
hadas, los gnomos y los goblins
desdoblan
sus cantos y salmodias
desde
los setos floridos;
las
brujas, entre árboles ya huecos,
exploran
en silencio con los duendes,
soñando
infiernos en las grietas
y
edenes en el alto firmamento.
Soy
parte de esa especie misteriosa
que
habita dimensiones ignoradas
más
allá de los hombres y los pueblos,
y
traspaso barreras de conciencia
con
buenos y malos resultados;
ayudo
a que lleguen o se vayan
encantamientos,
ofrendas y delirios,
oscuras
influencias y otras cosas
gobernadas
por leyes implacables.
Leyendas
y mitos inventados
para
explicar fenómenos y casos
están
ya demostrados en mi vida,
con
tanta y tan exacta información
que
sería imposible enumerarlos.
Sobre
el suelo y debajo de mis pies
crepita
un universo fascinante,
donde
no es necesario reinventar
las
viejas historias que describen
truenos,
tempestades y relámpagos,
hecatombes,
seísmos y tsunamis.
Mis
antepasados, con sus mentes
más
raudas y lúcidas que ahora,
existían,
escuchaban y veían
un
mundo no real y sí fantástico
para
el miope mortal contemporáneo.