BRUJAS CRIOLLAS
Famosas
por los pactos que hacemos con Satán
y
los hechos inauditos que solemos producir,
casi
siempre los martes y los viernes,
cuando
llega con su manto la feliz oscuridad.
Volamos
en platillos y cáscaras de huevo,
montones
de paja y caballos de madera,
escobas
y otras cosas supuestamente extrañas
que
solemos sostener apretando las dos piernas.
Igual
que en el llamado Viejo Mundo,
celebramos
aquelarres y fiestas de sabbat
en
múltiples lugares de Centro y Suramérica,
ocultas
en los bosques y parajes solitarios,
donde
adoramos nuestro amante Belcebú.
Hacemos
maleficios con emoción sincera,
en
Navidad y Corpus Christi, Viernes Santo,
y
el 31 de octubre, nuestro fecha principal.
Contrario
a las europeas, jóvenes y bellas,
somos
viejas repugnantes según dicen
varias
fábulas cretinas de trogloditas tartufos,
pero
el amor nos persigue noche y día
como
chispa desprendida de algún rayo
que
copula con truenos y relámpagos.
Seducimos
a los hombres donde quiera
y
trepamos sobre ellos para abrazarlos fuerte,
quitándoles
el aire y el poder de la palabra
hasta
quedar exangües sobre la dura tierra.
Son
rojizos los ojos porque dormimos poco,
y
llevamos vestidos casi siempre destrozados
por
espinas y leños encontrados en la senda
que
transitamos mudas, o a veces platicando.
Es
opaco nuestro pelo, muy sucio y desgreñado,
nuestras
narices curvas como el pico de las águilas;
caminamos
encorvadas por el peso de los años,
y
para ver más lejos intercambiamos ojos
con
lechuzas o con gatos, una vez cada semana.
Al
volar utilizamos grandes alas de petate
o
de esterilla hecha con hojas de una palma;
al
ser aves nocturnas graznamos en tejados
y
llenamos la noche de siniestras carcajadas.
Como
bolas de fuego rodamos en pajares
creando
gran alarma en pájaros y gallinas,
en
felinos y ganado, culebras y demás bichos
de
mayor inteligencia que los bípedos humanos.
Recurrimos
a rituales, filtros de amor y venenos
que
involucran sacrificios de niños ya secuestrados
en
haciendas y rancherías donde matan animales.
Usamos
la yerba mora, el laurel y el avellano,
la
mandrágora o cicuta, ya victimaria de Sócrates,
porque
somos bien adictas a drogas que nos ofrecen
poderes
alucinógenos, mientras vamos adorando
a
nuestros dioses paganos.
Para
espantarnos colocan escobas tras de la puerta,
chanclas
puestas al revés metidas bajo la cama,
o
voltean una pierna del pantalón de los hombres,
nos
invitan a sus casas para ofrecernos la sal,
recuestan
junto a la entrada zapatos recién usados,
igual
que agujas con puntas dirigidas hacia atrás,
varios
granos de mostaza mezclados con la cebada,
que
fácilmente camuflan entre cáscaras de arroz.
Hay
quiénes cultivan flores para enfrentarse a nosotras
y
guardan hojas de ruda metidas en los bolsillos
o
las esconden ya secas debajo de las almohadas,
comen
carne de lechuza, mafafa fresca y cocida,
con
pétalos de amapola después de estar procesada.
Otros
buscan protección frotándose una pomada
que
huela entre las axilas, y dudando de mujeres
que
sepan de brujería, sean conocidas o extrañas,
porque
debe desconfiarse (explican los rezanderos),
en
tanto no haya certeza de honestidad y prudencia,
asunto
que es muy difícil en las conductas humanas
mientras
siga el desenfreno en los antros del poder.