domingo, 12 de agosto de 2012

Del libro "Las islas del pescador"


MI PEZ EN TUS REDES

Soy un mar lleno de peces para ti.
Echa tus redes.
Atrapa el más brillante.
No temas.
La profundidad de mis aguas no traiciona.
Es clara como el cielo azul.
Tómalo entre tus manos.
Acarícialo.
Aprisiónalo.
El temblor de su ansiedad agónica
será un canto de cisne ante tus ojos,
la vida que te ofrezco.
No lo dejes ahora.
Aprieta más.
Comparte sus espasmos.
Naufraga en mis corrientes.
Tus redes me alivian,
me dan la libertad de tu presidio.
Tus redes que deseo.
Tus ladronas redes que capturan
mi soledad, mi desazón, mi pez.

Del libro "Las islas del pescador"


LA SECRETARIA PERFECTA

Por razones de trabajo,
recién salido de la adolescencia
conocí hermosas y diligentes azafatas
(stewardesses o secretarias del aire).

Sobre los mares y en los puertos
fui atendido por otras no menos capacitadas
que hablaban varios idiomas
y realizaban sus labores con eficiencia admirable.
En embajadas y consulados del mundo
traté con damas cuya gentileza y alcurnia
serán difíciles de olvidar.

Al llegar a diferentes oficinas
de capitales y ciudades intermedias
fui atendido
por verdaderas representantes del gremio,
quienes detrás de sus modernos escritorios
me dijeron con elegancia y dulzura:
Buenos días, señor, ¿en qué podemos servirle?

Asimismo en los despachos
de ciertas dependencias militares
y algunas comunidades religiosas.
En los supermercados,
pomposos y medianos hoteles,
puestos de información,
centros comerciales,
agencias de viajes y en aeropuertos,
es decir,
en casi todas las organizaciones
donde un simple ciudadano como yo
puede necesitar algún servicio
con un mínimo de buena educación,
hallé siempre la sonrisa y el encanto
de una secretaria debidamente preparada.

Lo anterior para mostrar que la buena secretaria
puede estar en los sitios más inesperados,
con su discreción, amabilidad, pulcritud,
lealtad, dedicación, compañerismo,
responsabilidad y todo lo concerniente
a su imprescindible labor profesional.

Pero ahora que tengo la fortuna
de tratar frecuentemente contigo
en distintas horas y circunstancias del día,
por razones también de mi trabajo,
compruebo, lleno de satisfacción,
que lo vivido antes, siendo muy optimista,
es apenas una parte microscópica
de lo mucho que tú vienes haciendo
en esta oficina tan barroca y singular,
donde todos, hasta cierto punto,
dependemos de tus actividades.

Como si la jornada que realizas fuese poca
para sentir la necesidad de tu presencia
y el deseo inocultable de mirarte
con gratitud y alegría,
la vida resolvió –por ser lo justo–
darte lo que muchas mujeres no tuvieron
y anhelaron más allá de lo posible:
Una belleza vibrante y singular.