martes, 20 de mayo de 2014

Del libro "Poemas siderales"



NEPTUNO

Dios del mar en el planeta Tierra,
tengo hijos como Urano y anillos numerosos;
mi turbulenta atmósfera y el albedo poseído
devuelven el 84% de la luz que allí recibo.

Mi revolución de 165 años
y un giro sobre el eje cada 16 horas,
con una magnitud que me oculta
ante los ojos de los imprudentes,
me ayuda a escapar de los humanos
como ente misterioso en la carrera estelar.

Sin marcas perceptibles,
mi cuerpo, más azul que verde,
es frío como pocos (–218 grados),
con atmósfera hidrogenada
que contiene también bastante helio,
metano y otros gases aún sin definir.

Tritón es un retrógrado, no por idiotez
sino porque se mueve para atrás
ignorando mi propia rotación;
frío como yo,
presenta nitrógeno en su aliento,
y una copiosa población de géiseres.

Nereida es excéntrica en la órbita
que el azar le asignó arbitrariamente
desde tiempos hace mucho milenarios.
De los otros descendientes no hablaré,
y aunque no los desconozco como hijos
dejo dicha reseña a los científicos,
aptos más que yo para estudiar sus vidas
repletas de misterio y soledad.

Detectarme en el cosmos fue complejo,
pero dos excelentes matemáticos,
llamados Adams y Le Verrier,
me ubicaron vagando en el espacio,
por medio de las leyes newtonianas
que asumieron como propias, y algo más.