NEPTUNO
Dios
del mar en el planeta Tierra,
tengo
hijos como Urano y anillos numerosos;
mi
turbulenta atmósfera y el albedo poseído
devuelven
el 84% de la luz que allí recibo.
Mi
revolución de 165 años
y
un giro sobre el eje cada 16 horas,
con
una magnitud que me oculta
ante
los ojos de los imprudentes,
me
ayuda a escapar de los humanos
como
ente misterioso en la carrera estelar.
Sin
marcas perceptibles,
mi
cuerpo, más azul que verde,
es
frío como pocos (–218 grados),
con
atmósfera hidrogenada
que
contiene también bastante helio,
metano
y otros gases aún sin definir.
Tritón
es un retrógrado, no por idiotez
sino
porque se mueve para atrás
ignorando
mi propia rotación;
frío
como yo,
presenta
nitrógeno en su aliento,
y
una copiosa población de géiseres.
Nereida
es excéntrica en la órbita
que
el azar le asignó arbitrariamente
desde
tiempos hace mucho milenarios.
De
los otros descendientes no hablaré,
y
aunque no los desconozco como hijos
dejo
dicha reseña a los científicos,
aptos
más que yo para estudiar sus vidas
repletas
de misterio y soledad.
Detectarme
en el cosmos fue complejo,
pero
dos excelentes matemáticos,
llamados
Adams y Le Verrier,
me
ubicaron vagando en el espacio,
por
medio de las leyes newtonianas
que
asumieron como propias, y algo más.