martes, 23 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



EL SOBERANO DE MIS SUEÑOS

Yo, Verano Brisas, poeta por vocación,
nacido en Salgar (Antioquia),
sin astilleros donde inspeccionar
la construcción de mis buques,
sin equipos técnicos ni amigos especializados
descendientes de antiguas familias de armadores,
sin quien se incline respetuoso en mi presencia
en señal de acatamiento,
he decidido ahora, por mi cuenta y riesgo,
construir el bello y poderoso
Soberano de mis Sueños.

Pero antes
navegaré desnudo sobre un haz de juncos,
utilizando como remos las manos y los pies,
en los lagos y ríos de la Tierra.
Ensayaré pellejos de cerdo y buey
cosidos y calafateados, inflándolos
como flotadores para atravesar las corrientes.
Impulsaré luego mi armadía con pértiga y canalete
hasta que pueda perfeccionar una balsa de papiro
o un consistente y rústico catamarán.
Mejor todavía, una balsa de bambú liviana y larga.

Si trabajo con ahínco
talvez construya piraguas monoxilas
propias para más grandes y lejanas aventuras.
Mi mujer, mis hijos y mis nietos
me ayudarán a mover embarcaciones mayores.

Decoraré mi bote con figuras de animales
y pondré un timón en forma de espadilla
sobre el costado derecho y hacia popa,
para seguir el rumbo deseado
y no el que marque el capricho de las aguas.

Sobre la proa ensartaré una cabeza de toro
con el fin de cornear a los espíritus malignos
que nunca han de faltar en toda travesía.
En las costas fenicias
buscaré cedros de primera calidad
para hacerme un navío más potente,
con cuadernas, baos y cubierta.

Le añadiré un sólido bauprés y un espolón,
quilla y remos en filas superpuestas.
Así podré atacar a quien me ataque,
y a quien no lo haga, atacaré
con la seguridad de una victoria rotunda.

Pondré, además del espolón, un tajamar,
una tercera fila de remos y una lona
como hace poco vi en otras galeras
que audazmente se engolfaron en mi océano.

Ahora mi carraca
tiene balconada saliente sobre popa
y paso a paso la convierto en galeón,
con tienda para el capitán,
caseta para otros miembros importantes,
galería de proa, escotillas y serviolas,
mayor con brioles y apagavelas,
gavias, amantillos y lona de artimón.

Es hora de reforzar, para ceñir el viento,
con una o varias velas latinas y más palos.
Que no haya mar o puerto donde no pueda llegar.

Quiero también bulárcamas
que ayuden a las amuradas,
vergas, cofas, alcázar y cañones,
muchos metros de eslora y una manga más ancha,
con una superficie vélica que incluya trinquetes,
bonetas, mesana, cebadera y otros trapos
que al cabo de los siglos tendré que adicionar.

Diseñaré un velamen más amplio y más hermoso
que el ordenado por Carlos I de Inglaterra y de Escocia.
No habrá quién me dispute el dominio del océano...

Despierto ya del sueño vano y fútil,
no quiero ni acordarme de un Káiser Barbarossa.
No deseo el Yamato, ni el Vanguard, ni el Long Beach,
y menos, aunque hermoso, el fuerte Richelieu.
Que vuelen en pedazos gigantescos portaviones,
submarinos nucleares, torpederos, destructores,
rompehielos, balleneros,
pues ninguno de estos cascos perdidos en los mares
remedian el asunto,
porque son cuerpos sin sangre portadores de muerte.

Sólo un pequeño tronco con una vela inmensa
es lo que necesito.
Y que diga en el casco único de madera:
Aquello que rige los vientos,
las mareas, los astros y el vacío,
impulse, oh Verano, tu piragua
por el espacio cósmico.

Del libro "León hambriento el mar"



FRENTE A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

Las puertas de la ciudad
estaban abiertas y abandonadas.
Habíamos descendido hacía poco en la rada
que sirvió para fondear nuestras naves.
En ese momento apenas comenzaba el sueño.

Encontramos en sus alas glifos profundos
grabados por cinceles muy expertos,
que sugerían formas de expresión ideográfica
más próximas al mito que a la realidad.

Éramos mercenarios del Caribe
al servicio de su majestad Carlos I de España,
y recorríamos costas americanas
de puerto en puerto
en busca de tesoros para nuestro Soberano.
Más que mercenarios, parecíamos dioses
huyendo de un pasado al borde del olvido.

Las puertas y la ciudad
estaban tan cerca de las aguas
que las olas bañaban los umbrales.
Las mujeres se hallaban descansando
junto al arruinado escenario,
mientras los hombres ofrecían sacrificios
a imaginados gigantes.

En lo poco que quisieron explicarnos
dijeron que al establecerse en la región
habían encontrado destruida la misteriosa ciudad,
y desierta, al parecer, desde hacía mucho tiempo.
Agregaron que los Incas
los habían precedido uno o dos siglos.

Sobre el origen de las puertas
los indígenas apenas conocían
una rara y sibilina tradición:
Habían sido construidas en una sola noche,
después de un prolongado diluvio,
por un gigante desconocido
que nunca tomó en cuenta la antigua profecía
sobre la llegada del Sol.

Por tan grave falta, él y sus compañeros
fueron exterminados por el Rayo Vengador,
que no satisfecho con semejante deicidio,
arrasó igualmente los palacios,
las casas, los árboles, los muelles y los barcos,
hasta convertirlos en un montón de ceniza.

Terminada la trágica narración, los nativos
se retiraron en silencio, pausados,
para iniciar enseguida nuevos sacrificios
ante el altar de los gigantes invisibles.

Nosotros regresamos a la rada
con el presentimiento de la futura catástrofe,
abordamos los barcos y partimos
esperanzados en hallar otras regiones
más acogedoras y menos misteriosas,
con riqueza en abundancia para nuestro Rey.

Mientras nos alejábamos, los ojos asombrados
contemplaron las ruinas de la ciudad
tras sus enormes puertas abiertas y abandonadas.