TRAGEDIA Y
VENGANZA DEL HERRERO
Cuando las tres valkirias
dejaron a los
tres hermanos,
éstos quedaron tan
tristes y dolidos
que los dos
primeros
se lanzaron en
su búsqueda afanosos
con sus zapatos
de impoluta nieve
por
las heladas cordilleras nórdicas.
Pero Völund prefirió quedarse en casa
al pensar que
cualquier persecución
sería inútil,
peligrosa y zafia.
Halló alivio en
el anillo de su esposa
como prueba de
amor inquebrantable,
pensando que
ella volvería a su lado.
Hábil herrero,
fabricó enseguida
distintos
elementos de oro y plata,
muchas armas con
poderes mágicos
y más anillos
como los de su esposa,
hasta que una
noche perdió el original
mientras los
otros subsistían intactos.
Sus esperanzas
se vieron renovadas
creyendo que su
valkiria andaba cerca,
hasta ser
capturado por un sueco
que robó su
espada y otras joyas
fabricadas con
oro puro del Rin.
Fue luego conducido
hasta una isla
y desjarretado
para impedir que huyera,
pero forjó
nuevas armas y ornamentos
además de un
intrincado laberinto
llamado en
Islandia Casa de Völund.
Desesperado,
decidió vengarse
planeando su
posible fuga,
e hizo dos alas
como las de su amada
cuando huyó con
las demás valkirias.
Un día el rey lo
visitó temprano
llevándole la
espada sustraída
para que se la
dejara como nueva,
y Völund la trastrocó por otra
carente de
poderes mágicos,
secuestró a los
hijos del monarca
para matarlos
sin piedad alguna,
hizo vasos con
su par de cráneos
y aderezos con
los dientes y ojos.
Fue el rey a
restaurar su anillo,
robado al reo,
como dije antes,
regresando a la
cabaña del herrero,
donde bebió una
pócima narcótica
que lo hundió en
profundo sueño.
El prisionero
remontó su vuelo
con las alas que
tenía escondidas,
fue a palacio y
relató los crímenes
de su majestad,
que ya despierto
obligó al
hermano del fugitivo
(caído también
en su poder)
a derribar con
numerosas flechas
al villano que así
lo escarnecía.
Egil disparó a Völund bajo las alas
donde ocultaba
entre cosidas bolsas
la sangre
extraída de los jóvenes;
así el herrero
se fugó triunfante
para devolver la
espada Odín,
y que éste se la
diera a Sigmund.
Después de
sufrir tan duras pruebas
Völund regresó donde su esposa,
que ansiosa lo
esperaba arrepentida
en el lugar que
juntos escogieron,
donde fueron
felices hasta el día
en que vino el
ocaso de los dioses.