BRACAMONTE
Nadie
me ha visto ni verá jamás,
pero
todos escuchan mis bramidos
en
fincas ganaderas antioqueñas,
Sucre,
Bolívar y la Costa Atlántica.
Mis
bufidos son tan estridentes
que
cuando el ganado los escucha
se
arremolina cerca de las casas
buscando
humanos para protegerse.
A
veces presentan convulsiones,
y
los ganaderos de la Costa creen
que
causo epidemias y la muerte;
por
eso limpian sus haciendas
cuando
advierten mis resoplos
anunciándoles
males sin sosiego.
Colocan
cráneos de vacas muertas
mirando
de frente a donde salgo,
porque
piensan de manera ingenua
que
un día seré de carne y hueso,
aunque
rechazo mi propia calavera.
En
Venezuela me llaman Cotizao,
y
allí sepultan vivo un toro
como
deidad protectora de sus hatos.
Ignoran
que desprecio los hechizos
porque
yo, Bracamonte, soy eterno
y
manejo un poder neutralizante,
así
lo nieguen en el país vecino,
Sucre,
Bolívar y la costa Atlántica.