miércoles, 25 de julio de 2012

Del libro "La calle de las complacencias"





LAS TRES HURÍES

Y las tres se presentaron en la plenitud
de su magnificencia ante el sagaz Ulises.
Luis López de Mesa

Soy Zamin,
descendiente de nobles y poderosos persas.
Tengo mi serrallo con ochocientas concubinas,
pero entre todas amo a tres
que siempre me han quitado el sueño:
Rubaiha, Salma Zaraqa y Sa’da.

Son tan bellas, delicadas... Y saben cantar.
Sus ojos azules, sus cabellos rubios
y su tez como leche con canela
son el beso de Alá para mis noches.

Me regalan mechones de su pelo
y trocitos de uñas cuando se las cortan.
Me envían esquelas mojadas con sus lágrimas,
atadas primorosamente con cuerdas de su laúd.

Sa’da, la más tierna,
llegó al extremo de incluirme
unos fragmentos de su cepillo de dientes
a cambio de unas ajorcas con diamantes.

Rubaiha quiso ayer
un cinturón hecho con seda de Catay,
unos zapatos de Arabia
y unas sandalias adornadas con rubíes.

Salma dice que se hará sangrar
si no luce una camisa impregnada de ámbar,
unos collares de alcanfor y siete velos de Nishapur.

No sólo estas tres tortolitas quieren arruinarme.
Las otras setecientas noventa y siete
se preparan ya para una huelga
si no les aumento sus mesadas
antes de que el brillo rojo de la Luna nueva
se levante otra vez sobre el oriente.

Con todo el dolor que cabe en mi corazón
tendré que venderlas por un alto precio
al primer mercader que se interese en ellas.

Además de cantar saben también danzar
y pulsan el laúd.
El movimiento de sus brazos y del talle
es un vuelo de aves sobre las palmeras.

Oh grande y poderosísimo Alá:
Ilumina el pensamiento de los mercaderes
para que paguen sin regateo
por cada una de mis tres preciosas palomas
un precio mínimo de ocho mil dinares,
aunque tampoco exijo más de diez.

Si eso no es agradable ante tus ojos,
permíteme entonces atacar con éxito
al más rico y débil de mis enemigos,
para saquearlo y llenar todas mis arcas,
aumentando así tu gloria
y la futura tranquilidad de mi serrallo.

Del libro "La calle de las complacencias"


LA CALLE DE LAS COMPLACENCIAS

Una bacante loca y un sátiro afrentoso
conjuntan en mi alma su frenesí amoroso.
Porfirio Barba Jacob

Cuando las caricias desganadas de una amante
o los besos indiferentes de la esposa
sean como icebergs de un hielo iderretible.
Cuando el hastío hunda su colmillo infeccioso
en lo más profundo de nuestro corazón.
Cuando nos hallemos cansados de rutinas
y estemos buscando una experiencia nueva.

Cuando sintamos eso y mucho más,
ha llegado el momento de visitar
sin asomo de remordimiento
la siempre novedosa Calle de las Complacencias.

Esta calle ha existido, existe y existirá
mientras el mundo tenga su giro planetario
y los humanos no alcancemos la plena satisfacción
de nuestras más íntimas necesidades eróticas.

Toda cultura, época y lugar
han ofrecido, ofrecen y ofrecerán,
en el instante adecuado y en sus circunstancias,
los deleites innegables de esta acogedora vía.

Allí puede gozarse
desde una simple copulación
con la ramera de turno
hasta el desfloramiento de una niña virgen,
si se lleva la cartera bien nutrida
y se ostenta la influencia necesaria
para que la dueña de casa quiera agasajarnos
con tan exquisito y raro manjar.

Puede buscarse una que acepte ser atormentada
mientras lucha indefensa sobre la cama,
o atada fuertemente de algún pilar apropiado
con lazos de fina seda o rebumbioso metal.

Quizás interese más recibir que dar los latigazos
por mano de una espigada damisela
vestida solamente con altas y negras botas,
además de un cinturón y brazaletes
hechos con piel de oso o cualquier otro animal
que funcione como símbolo de fortaleza.

En lugar de latigazos
podemos gustar mejor una paliza con garfios,
tan popular entre aquellos que quieren santificarse,
o disfrutar otras torturas de diverso estilo,
mientras una jovencita, bella y degenerada,
manipula nuestras partes con fruición perversa.

Si nuestros deseos van aún más lejos,
pueden darnos a oler sus prendas íntimas
o taponarnos la boca con unas tanguitas recién usadas
cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.

Es posible observar también desde un desván
a través de la mirilla indiscreta
los complicados ritos a que otros se someten
o someten a sus lujuriosas víctimas,
si se paga la tarifa establecida
para estos y otros placeres especiales
como esas catárticas orgías.

Y así sucesivamente,
no se carecerá de ninguna extravagancia
si se hacen los méritos adecuados para ello.
Seguro que Procusto
no hubiera creado nada más apetecible
para nuestros secretos e inconfesables deseos
en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.