lunes, 7 de abril de 2014

Del libro "Poemas montaraces"



MANCARITA

Como todos los mitos de mi estirpe,
soy salvaje y detesto a los humanos;
me gusta imitar la voz del hombre,
el grito de las hembras iracundas
y el llanto de los niños desolados.

A quienes cruzan mis dominios
los conduzco a la mitad del bosque
donde domino mis haciendas todas,
para dejarlos cautivos largo tiempo.

Tengo el cabello inmensamente largo
y un sólo seno en la mitad del pecho;
mi cuerpo es semejante al de una osa
y mis pies hacia atrás siempre confunden
a los que intentan perseguir mi huella.

Soberana de los Andes orientales,
sólo me acerco a rústicas viviendas
con mi grito prolongado y lúgubre
cuando la noche es oscura y silenciosa.

Juran que robo niños extraviados
y que tímida huyo hacia los cerros
si escucho llegar los cazadores
o el baladro irritante de sus perros.

Aseguran también en Santander
que existió una Rita manca, narradora
de cuentos para engañar ingenuos
y atizar sin vergüenza sus discordias.

Esa manca vagaba por la jungla
con cabellos y uñas en tal forma
que muchos cazadores previsivos
disparaban creyéndola una fiera
de grandes dientes y abundante cola.

Se alimentaba de frutas y raíces
mientras huía del contacto humano,
y andaba en lugares despoblados
lanzando voces lúgubres y fuertes,
aullidos de lobo y perro triste
mezclados con su llanto femenino.
Era el terror de todos los viajeros,
cuagulándoles la sangre con sus gritos.

Soy la que expliqué al principio:
hembra salvaje pero no chismosa.
Sufro y lloro como cualquier poeta,
pero no soy la Rita manca
que antaño quiso promover discordias.

Quizás se trata de una hermana mía,
pues tengo parentela numerosa
que se desplaza por distintas selvas.
Lo que sí poseo es voz de hombre,
grito de mujer y sollozar de niño,
que utilizo para embrujar incautos
y esconderlos donde nadie mire,
por ser ese mi mayor deporte
en el vasto territorio colombiano.