viernes, 5 de febrero de 2016

Del libro "Voces de mar y tierra"









MAR DEL SUR

Mar y cielo. Cielo y mar. Inmensa mole
veleidosa y feroz como los hombres,
mar de espejos eternos y cambiantes,
resquebrajados, presentidos y soñados.

Mar de Balboa, Magallanes, Pigafetta,
Legazpi, Mendaña y Fracis Drake,
James Cook, Dampier y Bougainville,
Vancouver, La Perouse y William Bligh,
sin descontar otros tantos ambiciosos
nacidos en Europa y el Asia misteriosa,
que cruzaron su llanura en tornaviajes
como encendidas mariposas del ocaso.

Mar Occidental, no tanto Mar del Sur,
denominado con justicia Gran Océano,
frente a este largo continente hermoso,
coronado por las cumbres de los Andes
que miran lelas su extensión vidriosa.

Mar de extrañas y terribles sombras,
verdades ocultas e inveteradas leyes
que lastiman el pensamiento humano
con sus códigos herméticos y antiguos.

Mar insomne, elegórico y profundo,
de distancias y calmas nunca vistas,
tremebundas, nostálgicas y audaces,
contradictorias en su esencia y forma.

Mar de largos y azarosos viajes
bajo la bruma funeral del tiempo,
insuperable, orgulloso y consentido
por la inasible caricia de los vientos.

Mar de costas extensas y entramadas
con oscuras leyendas y conquistadores,
que sobre el dorso de sus ondas graves,
viajan allende de neblinas y horizontes.

Mar de arreboles con verdades trágicas
e inconcebibles contorsiones orientadas
como fantasmas de algún país sin nombre,
por sus grandes dimensiones y los astros
que altivos giran en sus órbitas lejanas.

Mar donde revientan tsunamis y volcanes
como herrumbrosas chimeneas abisales,
con sus ígneas troneras vomitando lava
sobre las verdeazules planicies agitadas.

Mar de islas feraces y lejanos atolones
donde chocan rebeldes implacables olas,
cabalgadas por focas, ballenas y delfines,
cuando no mueren contra los farallones
en áridas riberas tranquilas e ignoradas.

Adusto y ligero en su vasta paradoja,
danzando al ritmo de las constelaciones,
ogro hambriento, rugiente y desbocado
por el incansable vaivén de los tifones
que azotan crueles su regia trayectoria.

Mar de realidades y espejismos truncos,
noches siniestras y amaneceres plácidos
que fijan su reflejo contra las escolleras;
navíos sin retorno, marinos delirantes
partidos por el filo de sus inmensidades.

Mar iridiscente en su imagen primigenia,
deslumbrante y perdido en sus atrocidades,
monstruo de ojos y oídos que le notifican
sus grandezas y hermosuras oceánicas.

Mar de mercaderes y gente antojadiza
que da su lomo a los arcos de la tierra,
aunque comercian con la especiería,
como si fueran viajeros de otro mundo
hacia el gueto infame de su trapacería.

Mar que conduce al continente austral
por espacios no sabidos o encubiertos,
cuando despliega sus exóticos caminos
como enjambre de cocuyos extraviados
en luengas noches de negrura espesa.

Mar tejido por precisos paralelos
y un número similar de meridianos,
que son trama y urdimbre de la seda
con que cubre sus míticas distancias
entre las tierras que al final lo cercan.

Mar que convoca desafiantes trombas,
rico en soberbia, indomeñable y mágico,
dios de truenos y relámpagos dormidos,
enormes gritos, retumbantes y violentos
procedentes de mortales hecatombes
cuando el teredo navalis se apoltrona
en las podridas maderas de los cascos.

Mar de espectros y memorias pálidas
entre oleajes gigantescos y animosos,
lunas de plata contra el limpio cielo,
soles quemantes de amarilla espada.

Mar de batallas con velajes blancos
rompiendo el aire belicoso y rápido,
mientras observa, indiferente y rudo,
altas estrellas por los dioses azotadas,
prisioneras de sus propias oquedades.

Mar hacedor de congojas y alegrías
entre cayos y arrecifes prodigiosos,
llanto en los ojos de aplomadas cejas,
esquiva impronta de paisajes breves
sobre un planeta maltratado y fértil.

Mar de soledades al llegar la aurora
hasta su líquido vientre hipertrofiado,
contrario a los antiguos desenlaces
de Troyas, de Romas, de Cartagos.

Mar de alevosos piratas y corsarios
luciendo altivos sus vistosas prendas,
siempre al servicio del mejor postor,
o solitarios por su cuenta y riesgo
saqueando los tesoros del planeta.

Mar de balleneros expertos en desmanes
contra las riquezas que yacen escondidas
entre la tierra firme y los campos abisales;
con sus salvajes artes de caza incontrolada
extinguen la más noble señora del océano.

Mar atrapado por noctámbulas intrigas
cuando surge el leviatán de las pasiones
entre los cayos inconclusos y emergentes,
que ávidos hincan su colmillo puntiagudo
contra las quillas que a sus hombros llegan.

Mar poblado de irredentos aborígenes
que engullen hombres afanosamente,
mientras mujeres con sus trajes típicos
danzan al ritmo del tambor nativo
entre las palmas, bajo el cielo claro.

Mar que pinta su rostro con los días
y un perfil duplicado en la canícula,
cuando el calor incendia los veleros
que se adentran en su gris anatomía,
con el fin de arrancarle sus secretos.

Mar de garras poderosas y afiladas,
estrellado sin piedad contra las rocas,
donde imantados pivotes embrujados
sacan clavos de cuadernas con la boca.

Mar de incesantes gaviotas y petreles
describiendo el infinito con sus alas
sobre el rebozo primordial de Cronos,
que redobla su carrera hacia el futuro
como fiera por él mismo acorralada.

Mar de indescriptibles bajíos y corales,
con fosas tan profundas como abismos,
donde el hombre no llega con sus armas,
sus proyectos, destrucciones ni delirios.

Mar incrustado en la mitad del mundo
soportando los barcos que agonizan
sobre sus verdes e insondables valles,
sin que ningún invasor regrese indemne
a los puertos donde entonces abordara.

Mar desflorado por valientes polinesios
en largos viajes y conquistas milenarias,
abriendo nuevas rutas con sus catamaranes
entre Nueva Zelanda y América del Sur,
cuando todo se encontraba inexplorado.

Mar de insolentes guerreros ancestrales
llegados años hace del amarillo imperio,
antes de ser granjeros en Alta California,
donde brillan el oro, las frutas y el maíz
igual que perlas bajo el sol de junio.

Mar que avanza con su espadón en alto
batiendo impenitente tremebundos tajos,
mientras los bastardos y los depredadores
conspiran torvos en sus costas vírgenes,
como desterrados demonios del espacio.

Mar de sinuosos y hechizantes litorales,
milimétricas arenas, roquedales y baldíos,
regiones alejadas de la ambición humana,
edenes naturales de un tiempo ya perdido.

Mar propiciatorio para audaces marineros,
no para medrosos de brutales turbulencias,
en tanto van y vienen apoyados en la luna
que gira indiferente a los hijos de la tierra.

Mar que mira y vela sus islotes con esmero,
mientras devora urcas, carracas, galeones,
pataches, coracoras, esquifes, carabelas
y muchos otros cascos salidos de astilleros
que cortan marejadas con espolón de hierro.

Mar trofeo y fosa de impotentes misioneros,
capataces y grumetes, despistados y corruptos,
hasta ejércitos que violan sus líquidos terrenos
con bárbaras acciones, matonas y violentas.

Mar visto por inquinas y amores fracasados
de seres que una vez lanzáronse a sus aguas,
podridos de escorbuto, lejanos de sus patrias,
maltrechos por el hambre y las enfermedades
que rondan desde antiguo por agitados mares.

Mar que ofrece a diario titánicas tormentas
rugientes y altaneras contra los arrecifes;
pájaros vencidos por quemantes resplandores,
bajo amarillos soles sobre marismas muertas.

Mar de las Américas, de Asia y otros suelos
donde nacen personajes de rara procedencia:
bribones presuntuosos, desertores y bandidos,
réprobos sin destino escapados del destierro,
que asumen su tarea de vilezas y traiciones
como perpetuos reos entre parajes yertos.

Mar de competencias y mil contradicciones
entre los santos reinos de España y Portugal,
con frailes y guerreros, traficantes y dementes,
buscandores de fortuna que fueron devorados
muy pronto por los amos del desastre universal.

Mar de batallas como las de Pearl Harbor
y el holocausto de Hiroshima y Nagasaki,
donde se mezclaron agresores y agredidos
desde y hacia el país del Sol Naciente,
cual aves carroñeras de la codicia humana.

Mar hoy cementerio de poderosos buques
que yacen en el fondo de sus entrañas frías,
testigos oxidados de una ambición proterva
experta en destrucciones y luchas fratricidas,
cordilleras de basura y sus contaminaciones
llenando el agua limpia de sucios pasadizos,
residuos cancerosos de lo que fue la vida.

Mar y cielo. Cielo y mar. Inmensa mole,
gigantesca en sus corrientes y atavismos,
nunca quieta en sus fuerzas desbocadas,
brillante espejo, fragmentado y espumoso
como jarrón de aguamiel para los dioses.

Acá termino la historia de este océano
víctima de las ambiciones y atropellos
que de hito en hito lo cubrieron desde
su cuna hasta Enrique el Navegante,
y desde Enrique hasta la era atómica,
transculturando su talón de Aquiles
en el río que conduce a los infiernos.

Mar y cielo. Cielo y mar. Inmensa mole
veleidosa y feroz como los hombres.