viernes, 23 de agosto de 2013

Del libro "León hambriento el mar"



EL NAUFRAGIO DEL SIRIO

Después de tanto tiempo ningún viviente queda
para narrar el horror de aquel infierno
envuelto en esperanzas, bravuras y vilezas,
suficiente para recordar ese 4 de agosto de 1906,
cuando el Sirio, poderoso trasatlántico italiano,
que había zarpado de Génova dos días antes,
se hundió sin atenuantes muy cerca de la costa
frente a la ciudad de Cartagena (España),
con casi un millar de personas en su vientre.

Se salvaron cerca de 600, mientras perecían
sepultadas por las aguas más de 250,
en su mayoría gente humilde, con destino a Brasil
y Argentina, en busca de mejores aires.
También un selecto grupo de diplomáticos,
artistas y clérigos de distintos países europeos.

Nadie explicó por qué en una tarde soleada,
con plena visibilidad y mar calmoso,
el cobarde capitán Piccone no evitó la colisión,
igual que ninguno de sus oficiales,
desviando la derrota hacia zonas más seguras
sin escollos invisibles y mortíferos.

El Sirio empotró contra el “Bajo de Fuera”,
roca que vigila a flor de agua
registrada en las cartas de navegación
como un pico de cordillera submarina
entre Cabo de Palos y las Islas Hormigas.

El desventurado buque inició su balanceo
antes de que explotaran las calderas,
y el casco, finalmente, se partiera en dos.
Afirman los testimonios de horas crueles
cuando los aterrados e inexpertos pasajeros,
llevados por su afán de supervivencia,
destrozaron varios botes salvavidas,
y donde la generosidad de unos cuantos
rechazaron las posibilidades de salvación
en favor de los más débiles.

El ya nombrado capitán Piccone,
acompañado de toda la oficialidad,
fue el primero en abandonar la nave,
dejando a los demás tripulantes y viajeros
a merced de la tragedia y el desastre.

Sólo Miguel, un valiente pescador alicantino
que tensaba a esa hora los cabos de su laúd,
se propuso rescatar los náufragos,
igual que otros que lucharon fieramente
para llevar a tierra numerosas víctimas.
Tal el caso de Vicente Lacambra y Tío Potro,
entre los muchos que hoy no recuerda España.

Numerosos ahogados regresaron a la playa
cubiertos con su traje de algas y silencio;
mientras tanto el viejo faro, avizor y solitario,
aún rinde homenaje en una placa
a Vicente Buigues y sus valientes marinos,
esperando recibir desde tierra una oración
que salve sus hazañas del miserable olvido.