miércoles, 12 de septiembre de 2012

Del libro "Las islas del pescador"


BOGOTÁ

Con plena seguridad te alumbra una buena estrella:
Fuiste engendrada por uno de los pocos letrados
que pisaron esta tierra
después de remontar las novedosas aguas
del Río Grande de la Magdalena
y coronar el encumbrado Valle de los Alcázares.
Numerosos avatares sufridos posteriormente,
como es común a las obras perdurables,
no han mellado tu carisma ni tu presencia de ánimo.

En tiempos de la Conquista y la Colonia,
igual que en los de vida republicana,
venciste a ineptos de todos los calibres
y a políticos de dura dentellada
que quisieron dañarte en distintas ocasiones.

Ni Sámano y Morillo pudieron doblegarte.

Apuntalas el cielo con tus pechos,
demostrando en esa forma tu fuerza inagotable
a los áulicos vigías de tantos años violentos.
Alimentas como una joven nodriza,
la virgen que hace mucho te espera en Guadalupe
y al milagroso Señor de Monserrate.

Por algo el precursor de la unión americana,
prefirió para sus sueños tus frescos alrededores,
sellando en tu planicie sus amores con Manuela.

Que se abran para mí todas tus puertas
como una vez lo hicieron para el Libertador.
No rechaces al poeta que canta en tono arcaico
las herrumbrosas hazañas de tu historia.
Hoy tus calles tienen hambre y sed de mí
como yo de tus encantos nauseabundos.

Del libro "Las islas de pescador"


EL CAMINO
A Jorge Arturo Agudelo.

Conformé las entrañas de la Tierra
o fui ola en constante movimiento
sobre las aguas del mar.
Por mí se batieron los imperios
y entregaron su amor las más bellas mujeres.
Los caminantes apagaron su sed
en las fuentes de mi linfa pura.
En los altares, purifiqué ante los dioses
a todo el género humano.
Me sentí preferido en la mesa de los reyes
y acariciado en el pecho de nobles y princesas.
Fui azahar en las sienes de las desposadas,
pan, techo y vestido en los hogares más humildes,
sin escatimar la variedad
y abundancia de mi especie,
pues ninguno como yo
practicó con tanto empeño la generosidad.
Ayudé al infeliz y al poderoso;
de mí se nutrieron todos en infinitas formas.
Aligeré su carga y fui compañero sin dobleces
hasta en las horas de mayor peligro.
Siempre perseguido,
jamás perseguí por placer o iniciativa propia,
salvo en casos de hambre,
en defensa de los míos o de mis territorios.
Sin mí,
una vida superior hubiera sido imposible,
o demasiado triste.
Descubrí muchos y variados instrumentos
para el desarrollo de mis facultades.
El pasado estuvo a mi servicio
como palanca y apoyo hacia el porvenir.
En el horizonte vislumbré
las agitadas manos de los dioses
brindándome un escaño en el divino banquete.

Ahora dime, sabio y bondadoso amigo:
¿Qué hacer para evitar el regreso
a la noche que no cesa?
A merced de la furia y la tiniebla
está el que necesita de tu mano.
Habla, tú que conoces el camino.
Sólo un plumón de tus inmensas alas
esperan mis hombros fatigados
para el viaje infinito.