EXTRAÑO
PERSONAJE
Soy
hombre, mujer y hermafrodita
aunque
prefiero los cuerpos femeninos;
me
asocian con potencias infernales
porque
tengo relaciones con Satán,
quien
apoya mis actos sin tardanza
por
medio de algún colega suyo
que
sea digno de llamarse cómplice.
Laboro
para ángeles y santos
pudiendo
castigar almas perversas
que
intentan huir del que agoniza
sin
el permiso de la eternidad.
Me
asocio igual con el Dios único
en
pactos de mutua conveniencia
que
no tengan efectos permanentes
ni
desdoren mi talante demoníaco.
La
función principal que realizo
es
la búsqueda de más conocimiento,
que
perfecciono rechazando el “Bien”,
y
amando el otro que bautizan “Mal”.
Exalto
el estudio y la investigación
como
hacen los científicos y artistas,
alejado
de catervas y alborotos
que
propugnan torturas y desastres.
Cuando
acudo a creencias populares
trato
de incrustarme entre sus cúpulas
para
ejercer desde allí mi autoridad,
aunque
busco saberes más profundos
que
las simples verdades pregonadas
por
heraldos de dudosa honestidad.
Para
evitar la desazón que me atosiga
cual
pócima ingerida a contrapelo,
pongo
en boca de ciertos animales
idiomas
olvidados, como el vetusto latín,
o
pétreos y rudos como el abstruso alemán,
igual
que otros de duro aprendizaje
según
dicen expertos en etimologías.
Me
abro paso en la vida… y en la muerte
con
hechizos y demás encantamientos,
para
seres de ultratumba que se agitan
como
enjambre de murciélagos voraces
en
noches de tiniebla y soledad.
Igual
que al fabricante de armamentos
no
se le hace responsable del producto,
tampoco
permito que me impugnen
las
secuelas de mis lóbregas andanzas.
Me
enorgullezco de ser autodidacta,
y
la conquista de títulos y honores
no
avivan mis neuronas ni mi sangre,
porque
apoyo mi vida en otras leyes
descubiertas
bajo fuentes ancestrales
donde
nace y madura la naturaleza.
Acepto
discípulos vivientes
ansiosos
de iniciarse en el oficio,
sumiéndolos
en un profundo sueño,
dentro
del cual reciben instrucciones
que
ya no quieren olvidar jamás.
Los
que aceptan mis ofertas tentadoras
conquistan
la belleza como gracia
y
un atractivo sexual tan poderoso
que
los hace inagotables chichisbeos,
aunque
no deben engendrar familia
por
mi odio empecinado hacia la especie.
Otro
incentivo que prometo
a
inteligentes y leales seguidores
de
mi ciencia y mis actos demoníacos,
es
una vida prolongada y sana
en
medio de riquezas materiales
que
siempre logran superar el siglo.
Jamás
dicto mis tareas por escrito
y
sólo me acompañan las palabras,
porque
calan hondo y dejan huella
en
aquellos intelectos no alterados
por
los falsos salvadores de la Tierra.
Una
sola condición exijo
a
quienes dono mis conocimientos:
Que
cuando llegue la temida hora
de
la muerte ceñuda y despiadada,
cedan
el alma sin protesta alguna
al
supremo Señor de los tinieblas,
quien
diligente la pondrá en su sitio
convertida
en un monstruoso sapo,
lombriz
de aspecto repugnante y feo
u
otra forma de apariencia humana.
Cuando
acuciosos los perseguidores
intentan
combatir mis enseñanzas,
desaparezco
sin dejarles rastro
ocultándome
sin más ante su vista
en
el gélido submundo de la noche,
mientras
trato de llenar con eficiencia
la
vacante que ocupé por largo tiempo,
seleccionando
fantasmas deseosos
de
trasmitir, como yo, los fundamentos
del
antiguo saber a muertos jóvenes
ansiosos
de adquirir conocimiento.