martes, 13 de enero de 2015

Del libro "Poemas misceláneos"



RAZONES PARA EL SUICIDIO

He venido desde lejos,
de los abismos del cielo y las praderas del caos,
del mundo donde el sueño
suele confundirse con la realidad.

Padecí los placeres más exóticos
y disfruté los dolores más agudos.
Mi hambre y sed fueron saciadas por los dioses
en el cuenco nauseabundo de singulares demonios
bajo toldos pintados en orgiásticos festines,
donde engullí con verdadera gula
los diferentes manjares de la vida.

En los muslos ardientes de las vírgenes
escancié néctares deleitosos,
brindados todos ellos
por los perfectos mandatarios del amor.
También con putas de miserable aspecto,
aunque de alma dolorida y buena,
trajiné los caminos de la depravación
en cuartos prostibulariamente tristes,
cuando no con mancebos victoriosos
de aterradora audacia
y una orfandad injusta, desolada y cruel.

Los desengaños no me han sido ajenos,
pues siento fresca aún
la herida insana de mi última derrota
en el campo minado de las tribulaciones.

En mi viaje perenne hacia la soledad
he creído y descreído al mismo tiempo,
he orado y blasfemado con un furor sin freno
y una lengua venenosa y rápida.

Sucumbí ante vicios inefablemente obscenos,
y lo que es peor aún:
ante una turba de virtudes consagradas.
Soy la bestia y el ángel que se agitan
en su propia y fatal contradicción.

Ataqué sin piedad lo establecido
con ese nihilismo que siempre me acompaña
hasta en momentos de fugaz cordura,
o cuando alcanzo la región del éxtasis.

Soy el hastiado del mundo
y deambulo en silencio como un paria
por estas calles de mierda que me asfixian.
Soy la soledad y el tumulto que me agobian
con sus garras de cuervo mitológicas,
en mitad de la pena que me imponen
el falso orgullo y mi pasión perpetua,
soledad y tumulto que no cesan
ni en la palabra que resta del silencio
ni en mi silencio y pudor como poeta.

Del libro "Poemas misceláneos"



SÚPLICA DESESPERADA
DE UN AMANTE DEBILITADO
AL ARCÁNGEL BICEFAEL

Consuelo de Dios
que provocas los pecados del mundo,
no le niegues a mi amada
(por delante y por detrás)
el éxtasis continuo de tu divina gracia.

Ayúdame a consolarla en noches necesitadas,
llenas de luna y de estrellas,
o cuando la oscuridad lame como un perro
los bordes de su cama.

Oh, seguro Arcángel mío:
No me dejes solo con mi amada
–perra en celo que no sacia fácilmente
sus furores uterinos–,
porque estoy exangüe de amarla,
ya no respondo a sus besos
ni a sus caricias como antes;
mi cerebro está muy débil
y no resiste sus ansias.

Oh, Bicefael: Anda conmigo siempre
y apunta tu erección perpetua
contra sus piernas de fuego,
donde queman como un horno
su sonrisa vertical
y su culito anhelante de putilla en cierne,
mientras consigo reanimarme
para atacar de nuevo,
tú que no decaes ni te fatigas
porque tu cuerpo de látex
es más duro y más fiero
que mi pobre puñal de carne y piel.

Ayúdame y no te arrepentirás,
tú, que sabes tanto de las buenas obras,
que conoces bien las decisiones de Dios,
no sea que piense locamente
que talvez ya no la amo,
que me tienen sin cuidado sus deseos eróticos,
o lo que sería más aterrador:
que al final de mi vida decidí volverme santo.