viernes, 31 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



LOS VANAS

No fueron los esir las únicas deidades
veneradas por las tribus nórdicas,
sino también los poderosos vanas,
dioses del viento y de los hondos mares.
Ambos se disputaron con las armas
(icebergs, rocas y otros proyectiles)
lo ganado por derecho de conquista.

Pero un día descubrieron
la unidad como fuente de poder,
y empezaron a zanjar sus diferencias
con el tratado de una paz solemne,
el cual reforzaron con promesas
de buena voluntad y prisioneros.

Esto pasó sin haberse construido
la mansión primigenia de los dioses
en los amplios territorios del edén.
Sin embargo,
dominaron el destino de los hombres
en numerosos lugares de la Tierra
y en los hondos abismos de lo eterno.

Del libro "Poemas escandinavos"



LOS ENANOS

Iban y venían de un lugar a otro
ocultándose, además, entre las rocas,
donde, maliciosos, solían repetir
las voces emitidas por los hombres,
y así sus ecos fueron conocidos
como Charla de los enanos.

Engendrados en forma de gusanos
dentro del cadáver del gigante Ymir,
asimilaron la silueta humana
cuando los dioses descubrieron
que tales criaturas se arrastraban
de adentro hacia afuera y viceversa
en la carne del enorme muerto.

De piel oscura y ojos verdes,
tenían pies de cuervo,
cabeza grande y piernas cortas.
Debían permanecer durante el día
en la parte más profunda de la Tierra,
so pena de tornarse en roca.

Menos poderosos que los dioses,
pero más inteligentes que los hombres,
demostraban su saber incalculable,
incluso prolongándolo al futuro,
cuando alguien deseaba interrogarlos.

Como los elfos, eran gobernados
por Laurin, Oberón o Gondemar,
nombres todos del mismo soberano,
cuyo palacio era el centro de la Tierra.

Fabricaban espadas que agredían a voluntad
y no debían ser envainadas
sin teñirse con la sangre del contrario.
Algunas parecían en el combate
crestas filudas de gallo peleador.

Molían harina y amasaban pan;
hacían también su magistral cerveza,
sin contar otras labores hogareñas
que los volvían acuciosos y corteses.

Cuando alguno los trataba con desdén,
o intentaba ponerlos en ridículo,
dejaban el contacto con los hombres
sin que fuera posible retenerlos
por medio de la astucia o la violencia.

Envidiosos de la estatura humana
seducían mujeres espigadas,
cuando no les robaban a sus hijos
o los cambiaban por su descendencia.

Las enanas se convertían en maras
(pesadillas monstruosas e insolentes),
para atormentar al cazador intruso,
mientras no se taponara el agujero
por donde intentaban penetrar ilesas,
caso en el cual quedaban al arbitrio
de la trampa tendida por el hombre,
abrumadas por la angustia y la tristeza.

jueves, 30 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



EL BARCO DE LOS GIGANTES

Un despistado piloto
enrumbó el barco de los gigantes
hacia los mares del Norte,
y al no poder maniobrar en tales aguas,
se dirigió hacia el canal de La Mancha,
donde la angustia fue mayor
al ver, entre Dover y Calais,
un paso peligrosamente estrecho.

Sólo cuando el capitán ordenó
enjabonar los costados de la nave
para cruzar sin contratiempos,
los marinos se sintieron más tranquilos
en mitad de tan brusca contingencia.

Los taludes de Dover rasparon tanto jabón,
que desde entonces permanecen blancos,
y las olas, al estrellarse contra ellos,
toman formas nevadas y espumosas.

Cuando los gigantes continuaron
hacia las aguas del Báltico,
donde la profundidad es menor,
el capitán hizo arrojar por la borda
todo el lastre disponible;
la nao siguió a flote y el material sirvió
para crear las islas
de Bornholm y Christiansoë.

miércoles, 29 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



LOS GIGANTES DEL HIELO

Cuando Ymir, primera criatura viviente,
cayó muerto contra el suelo helado,
la descendencia se ahogó en su sangre,
salvo la pareja que huyó hacia Jötun-heim,
convirtiéndose, después de radicarse,
en padre y madre de la estirpe gigantesca.

Célebres por su apetito y su tamaño,
fueron rivales y oponentes de los dioses,
y aunque versados en métodos pretéritos,
casi siempre eran vencidos en batalla.
Temían especialmente a Thor,
quien solía derrotarlos diariamente
con su martillo Miölnir.

Desfiguraron el planeta con sus pies
pisándolo mientras estuvo blando,
y formaron los ríos con las lágrimas
de sus esposas tristes.

Personificaban las rocas y la nieve,
el hielo y el fuego subterráneos.
Se movían de un lado para otro
cargando tierra y arena en lo profundo,
para esparcirla por todos los lugares
de sus vastas regiones congeladas.

Poseían un barco tan enorme
que el capitán patrullaba la cubierta
cabalgando sobre un brioso caballo.
Su cordaje era tan largo y sus mástiles tan altos
que los marinos trepaban imberbes a las cofas,
y bajaban de regreso con el cabello cano.

Los gigantes vivían de mar en mar
y de montaña en montaña
por los rocosos territorios nórdicos,
en tanto los dioses, sin piedad,
no los vencieran en algún combate.

martes, 28 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



VERANO

Verano es mi nombre
y soy enemigo de Invierno a perpetuidad.
Él quiere gobernar en todo el Norte,
pero no lo permitiré
aunque en ello se me vaya media vida
y el fuego que guardo en el corazón
para bien de los hombres y de todo.

Desciendo directamente de Svasud,
el suave y encantador, que nunca llora.
Adorno el amanecer y el bello día
con mis rayos abrasadores y constantes.
En las noches muestro la Luna y las estrellas
con transparencia inusual.

Permanezco en el cielo
más tiempo de lo acostumbrado
sobre mi carroza de brillante luz,
aunque no en Primavera ni en Otoño,
cuando las horas miden con igual rasero
los ciclos de sueño y de vigilia.

Tengo un carácter gentil
y soy amado por todos, excepto por Invierno
que trata de estrellarme contra los fiordos,
abrazarme con su viento helado
y enviarme por envidia al mundo de las sombras.

lunes, 27 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



RUEGO A ODÍN

A ti,
el más grande del panteón escandinavo,
omnipresente espíritu del cosmos,
personificación del aire,
soplo de clarividencia y poesía,
rey de los muertos y los no nacidos,
amo del conocimiento universal,
padre y abuelo de los otros dioses,
líder protector de príncipes y héroes.

A ti,
dueño del trono en la mansión de Asgard,
desde donde vigilas con tu ojo único
lo que sucede en el mundo de los elfos,
los gigantes, los enanos y los hombres.

A ti,
dios de las batallas, Señor de los mortales,
te ruego me concedas tu capa azul, tu lanza
y el anillo cuya belleza no tiene comparación,
para proteger mi viaje por la Tierra
y andar tranquilo en el mundo de los vivos.

Préstame también tu sombrero de anchas alas
y tu casco de águila divina
para que adornen mi calva y me defiendan
de aquellos maleficios que nunca han de faltar
en mi errático trayecto de rapsoda
por los sitios más brutales del planeta.

Te ruego asimismo me prestes por un día
los cuervos que luces en tus hombros,
para echarlos a volar una mañana,
y que vuelvan rendidos al caer la tarde
con lo visto y oído sobre la faz de la Tierra.

Y esos lobos que yacen a tus pies como podencos,
los que alimentas con tus propias manos,
también los necesito para encontrar las Nornas
que en forma tan proclive tejieron mi destino.

domingo, 26 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



UN REY VIKINGO Y SU RAMERA

En la aurora de los tiempos
existió dentro de mí un corazón floreciente.
Dentro de él una ciudad
y dentro de la ciudad la más tranquila dársena,
protegida por un dique que se abría
en la hora culminante de la bajamar.

Allí, sereno y confiado, fluía el río de aguas claras
donde bañaba mi cuerpo y el de mis valkirias.
Sólo yo –el Rey– tenía la llave.

La preferida de mis sueños, disoluta y perversa
como probé después ante los tribunales,
una noche de luna me la robó diciendo
que se la daría al primer amante que hallara
dispuesto a estrangularme y a premiar sus veleidades.

Éste abrió las compuertas con el propósito
de anegar mis campos y castillos con sus habitantes.
Gracias a Odín y a otros dioses
que jamás me abandonaron en ninguna circunstancia,
pude escapar ileso de aquella perfidia infame.

Aún reino en Escandinavia, mi península,
con una bella ciudad dentro del corazón
que ofrece, como antaño, una dársena tranquila,
cuyas esclusas manejo con un sistema electrónico.
Sólo yo –el Rey– tengo la clave,
y una nueva enamorada que la desconoce.

viernes, 24 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



ASGARD

Desde el inicio de los tiempos
se reservó para morada de los dioses
el centro del sagrado espacio.
Allí se construyó, entre jardines,
e invulnerable como la eternidad,
el castillo celestial de Asgard.

En él, Odín convocó la asamblea
para el Gran Consejo, donde se acordó
el no derramamiento de sangre
dentro de los límites del reino.

Con la idea de garantizar la paz
los dioses construyeron una fragua,
en la cual pudieron diseñar
toda clase de instrumentos y de armas.
Edificaron también muchos palacios,
donde vivieron incontables años
bajo el manto de la felicidad.

Pero Odín y sus colegas,
embriagados por sus muchos logros,
no sembraron la paz entre los hombres,
que aún persisten tozudos en la guerra
como prueba final de su estulticia,
maquillada por la brutalidad.

Del libro "Poemas escandinavos"



EL OTRO

Fui el Odín de carne y hueso,
jefe de los esir en Asia Menor.
Pero los romanos asolaron nuestras tierras
y tuvimos que emigrar hacia Europa,
principalmente a Rusia y Alemania,
Suecia, Noruega y Dinamarca.

En cada uno de los sitios conquistados
dejé un hijo sobre el trono,
y al sentir que mi muerte estaba cerca,
el Supremo antecesor se hirió en el pecho
nueve veces con su lanza, ante los súbditos.

Dijo que era tiempo de volver a Asgard,
donde a los dos nos esperaban,
para compartir con dioses y con héroes,
un sin fin de historias, honores, y festines. 

martes, 21 de enero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



YO, EL SUPREMO

Soy la personificación del Cielo,
amante y marido de la Tierra,
pero tengo otras esposas y concubinas
que dan gloria a mi sagrada estirpe.
Una es Erda, hija de la Noche,
madre de Thor divinidad del trueno.

Mi segunda y principal es Frigga,
materialización del mundo civilizado,
en quien puse la semilla de Balder,
amable y bello dios de la Primavera.

En Rinda, mi tercera esposa
(símbolo de la tierra áspera y helada,
que inconforme cede ante el ardiente abrazo),
engendré a Vali, emblema de la vegetación.

También desposé a Saga, diosa de la Historia,
a quien visito en su castillo de cristal
situado junto al río de aguas gélidas,
para beber de su cauce y escuchar canciones
acerca de tiempos idos y razas olvidadas.

Así vivo y reino con todas mis mujeres
sobre las tierras y mares de Escandinavia,
como Yo, El Supremo, El Indiscutible,
Señor y Autoridad de todo lo creado.

Del libro "Poemas escandinavos"



LOS VIKINGOS

Los vikingos
fueron los últimos guerreros paganos de Europa.
Invadieron y devastaron a todos los cabrones
que se matricularon en la nueva religión.
¡Con ellos el poder y la inmortalidad!

Los vikingos
me enamoraron desde el día en que los conocí.
Fue un amor a primera vista, y eterno
como sus escaldos, su bravura y sus conquistas.
¡Con ellos la poesía y el valor!

Los vikingos, vivirán eternamente
en la memoria del mundo,
como una flor de acero, o un latigazo
en la espalda de esta puta
y miserable humanidad.

jueves, 16 de enero de 2014

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



QUINCUAGÉSIMO YO

Al bajar los dioses a la Tierra
tomé posesión de varias islas
entre España y Centroamérica,
al ver que las selvas parecían
esmeraldas dispersas por el suelo,
las flores entregaban sus perfumes,
el ganado pastaba en las llanuras
y las fuentes primigenias simulaban
cristalinos senderos del entorno.

Pronto descubrí unos pobladores
inteligentes y recién llegados,
sin gobierno y formación social,
que ignoraban las voces más sencillas,
incluyendo las propias de su tierra.

Crucé bosques, oteros y sembrados
antes de seguir hacia las cumbres,
donde hallé una joven prisionera
de mirada orgullosa y penetrante,
que despertó mis ansias amorosas
con su flexible y torneado cuerpo.

De diez hijos, Atlante fue el primero.
Entonces decidí que el archipiélago
llevaría el nombre de mi primogénito,
declarándolo con mis otros vástagos
gobernador de tan hermosas islas.
Los diez las regirían en conjunto
de manera equitativa y solidaria.

Explotaron los recursos naturales,
siendo industriosos en tecnología
y cultos en la ciencia y en el arte.
Una urbe de círculos concéntricos,
detrás del montículo y las aguas
fue su inicial y más bella creación.

La ciudad irradiaba como un astro
de marmórea y tricolor arquitectura,
engalanando sus enormes puertas
con enchapados de celeste brillo
e innumerables piedras finas.

Alrededor del pináculo embrujado
las nubes danzaban juguetonas,
y una efigie de mi regia anatomía
se alzaba triunfadora hacia lo alto
sobre un carro sirgado por delfines.

En los puentes colgantes de los círculos
cien jardines adornaban las cascadas
que descendían por las arboledas;
observatorios, academias y museos,
bibliotecas y colegios demostraban
que Atlántida era un foco universal
del comercio, las ciencias y las artes.

Comuniqué la cima con el mar
y construí muelles en los círculos
para desarrollo de la economía
y asombro de los visitantes,
que admirados de tanta maravilla
loaban sin fin cuanto veían:
la frescura de la brisa mañanera,
el abigarrado comercio artesanal,
los concursos, las fiestas culturales
y la sapiencia de los gobernantes.

En esas celebraciones quinquenales
deliberaba con mis consejeros,
mientras nobles y ricos hacendados
donaban toros de lustrosa piel,
que guardaba con rigor y esmero
en la parte secreta de los templos,
antes de iniciar las ceremonias
donde diestras y fornidas manos
doblegaban las bestias ritualmente
hasta dejarlas tendidas en el suelo.

Enseñé a los mayas y a los incas
formas de construcción piramidal,
igual que el proceso metalúrgico,
el desarrollo de la nueva astronomía,
la medicina y demás ciencias,
llevánolas también hacia Egipto
donde reinamos numerosos años.

Estimulé la lectura y la escritura,
las matemáticas y sus complementos,
la arquitectura, las leyes y el civismo.

Paz y prosperidad fructificaron
bajo la sombra de una flota inmensa,
maniobrada por un moderno ejército
que ni Marte se atrevió a enfrentar.

Una infausta mañana, sin embargo,
mis diez hijos miraron hacia el mar,
y se embarcaron a lejanas tierras
en pos de las tribus amerindias,
la nueva Europa (sobre todo Grecia),
sin descartar el continente asiático.

En Atenas volaron tantas flechas
que el firmamento se opacó en el acto,
y los caballos, como truenos del Olimpo,
galoparon bajo el brillo de armaduras
que cegaban los islotes y las aguas,
las playas solitarias y los puertos.

Las lanzas enemigas se tornaron
como duras espigas en los campos,
y mis hijos, finalmente derrotados,
azotaron de nuevo los caminos
de las vastas llanuras oceánicas.

Oleadas calientes y ambiciosas
engulleron barcos y guerreros
como frágiles trocitos de papel;
la tierra tuvo graves convulsiones
y el océano rugió de costa a costa
en su cuenco de rocas y montañas.

El planeta voló en diez mil pedazos
abriendo abismos de fatales grietas,
con caninos de magma entre su boca,
mientras los mares, tozudos y violentos,
sepultaban, sin tregua y sin piedad,
eso que tanto me costara un día
por mi codicia de poder divino,
en esa hora de vientos malhadados
que hinchó sus velas y los vio partir.