miércoles, 21 de mayo de 2014

Del libro "Poemas siderales"



ASTEROIDES Y OTROS CUERPOS

Nos llaman indistintamente
planetas menores, igual que planetoides.
Conformamos una gran familia
dentro y fuera del Sistema Solar,
y orbitamos, pequeños y rocosos,
entre Júpiter y Marte en torno a Helios.

Hijos pródigos de cielos misteriosos,
el mundo que habitamos es complejo
y nuestro grupo también;
somos de 500.000 a 1´000.000,
siendo Hilda, Tule y los Troyanos
los más reconocidos actualmente.

Viajamos a la Tierra para quemarlo todo
con el poder que los dioses nos otorgan;
unos mueren devorados por la atmósfera
mientras otros pisamos suelo firme,
como en el “caso Tunguska”
y aquel que acabó los dinosaurios.

Sabemos por qué se producen los vacíos
o generan las llamadas “resonancias”,
y rechazamos que el amante de Selene
despeine nuestro pelo con su aliento,
que la toldilla terrestre, traicionera,
calcine o fragmente nuestros cuerpos
como pavesas perdidas en el cosmos.

Los semiesféricos: Ceres, Vesta y Palas;
los alargados: Camila, Eunomia y Davida.
Betulia, Héctor y Castalia son bizarros;
Gaspra tien cráteres, roca menuda y polvo fino
sobre su antigua y desigual espalda.

A Eros le lanzaron un cohete
con modernos instrumentos electrónicos,
pero éste resistió el impacto,
hecho normal en nosotros los viajeros
que surcamos decididos el espacio.

Sería bueno descargar sin previo aviso,
sobre ese puntito azul desperdigado
en un rincón de su galaxia madre,
una lluvia torrencial de fuego
contra la turba de caníbales que intenta
conquistar el universo con su técnica,
mientras se niega a convivir en paz.

Quieran los dioses que mañana caiga
sobre la testa de esa burda especie
una sarta de cometas y asteroides,
como partes de guerra iluminados
por un Sol de abrasantes aleluyas.

Del libro "Poemas siderales"



PLUTÓN-CARONTE

Esposo de Proserpina,
con Júpiter y Neptuno destroné a mi padre
en los comienzos del tiempo.
Fue el primero dios de Cielo y Tierra,
mientras Neptuno escogía el mar,
y yo, finalmente solitario,
el reino del submundo donde rijo
las llamas y los muertos.

Noveno y más lejano del Sistema
(39 unidades astronómicas o más,
en cantidad aún desconocida).
Aunque así, no soy un hijo ingrato:
giro alrededor de mi progenitor
en 250 años, porque disto de él
5.900 millones de kilómetros
según afirman los investigadores.

La inclinación sobre la eclíptica
y mis valores excéntricos
superan los de todos mis parientes
que danzan igualmente en el espacio.

Paso delante de Neptuno para entibiar mi cuerpo
con los rayos viajeros de mi padre,
sin entrar en su gélido sendero
porque rechazo interferir sus pasos,
y me ven con poderosos telescopios
que detectan mi color amarillento
debido a mis normales componentes.

Fui una antigua luna neptuniana,
expulsada con violencia de su órbita
en las primeras contiendas familiares;
numerosos astrónomos incluso
me niegan el derecho a ser planeta,
afirmando que soy un invitado
del conocido Cinturón de Kuiper.

Imaginan también varios exégetas
que Caronte es mi hermano, no mi hijo,
aunque poco diré sobre este asunto.
Su revolución alrededor mío
es igual a la mía alrededor suyo,
en este caso la de mi rotación,
lo que quiere decir que soy el único
con un satélite natural sincrónico.

No puedo asegurar por cuánto tiempo
viviré sin sondas terrícolas y arteras,
que pasan raudas hacia ignotos mundos
con sus fardos de ilusión a cuestas,
lanzadas por los bípedos implumes
en su loca carrera hacia el espacio,
donde sólo encontrarán tropiezos
propiciados por múltiples estrellas
que sabrán derretirlos como cebo
de un minúsculo planeta destruido
por la furia de mentes extraviadas
que no quisieron conservar su esfera.