miércoles, 23 de abril de 2014

Del libro "Poemas montaraces"



JUDÍO ERRANTE

Nadie ha caminado tanto como yo,
pues vago por el mundo sin descanso
desde que Jesús, el divino Redentor,
por la cruel exigencia que le hice,
me condenó a vivir bajo esta orden:
¡Anda tú, hasta el final de los tiempos!

Abandoné la carpintería y empecé
a encarnar los judíos de la Tierra.
No requiero comida ni bebida,
nunca enfermo y jamás he de morir,
pero mis entrañas arden como brasas
cuando intento detener la marcha.

Las versiones de mi errante vida
son imposibles declararlas todas:
una es con el Padre Luis en Tunja
cuando me confrontó con la escultura
que demuestra mi vieja identidad:

–¿Me conoces?, pregunté asombrado.
–¡Ahasverus!, exclamó la estatua.
Ese día el firmamento oscureció
como nunca lo estuvo en el pasado.

Vivo en Asia, América y Europa,
sin descontar los otros continentes,
y en todos me arrepiento con pesar
de haber irrespetado al Nazareno.

Ya nada puedo hacer, sólo esperar
hasta que dicha maldición prescriba,
los creyentes retiren su venganza
y el odio que atesoran de continuo
como secuela de mi rústica crueldad.

Del libro "Poemas montaraces"



CURA SIN CABEZA

Igual que otros mitos colombianos
aparezco en madrugadas tenebrosas
caminando sin cabeza
bajo los pliegues de mi capa negra.

Me presento en las casas coloniales
y corredores de los monasterios,
donde pueda espantar los moradores
como lo hago en Popayán y Tunja.

Los viernes en la noche salgo en Pasto
de la iglesia del convento donde vivo,
hasta el cementerio, y oro por los muertos
que pagaron misas que nunca celebré.

En la misma población, a ciertas horas,
rondo sorprendiendo a los borrachos
que retrasan su regreso
por seguir en una juerga interminable.

Como a niños regañados les doy sustos
y obligo a que retornen sin demora
a través de los sitios más oscuros
que tengan los terrenos de la vecindad.

Del libro "Poemas montaraces"



ERMITAÑO

Soy el alma de Nicolás el ermitaño.
Abandoné las pompas de este mundo
en una cueva que descubrí en Ocaña
para dedicarme definitivamente
al servicio de mi Padre Dios.

Me alimentaron los ángeles en vida
con bebidas y manjares exquisitos,
servidos en recipientes de plata,
decorados con oro y piedras finas.

Pero un día los mecenas no llegaron
porque Proto mi vecino se había muerto,
un vagabundo sinvergüenza y sucio
que se arrepintió a última hora
y fue llevado al Cielo
por un ángel zalamero y grandulón.

Luego otros alados mensajeros
vinieron con las viandas de costumbre
y me hallaron invadido por la furia
mirando a mi Señor como un bellaco.

Así me sorprendió la muerte
sin tiempo para arrepentirme,
y el Diablo se aprestó a llevarme
como regalo a sus profundidades.

Desde allí lanzo blasfemias
al iniciar mi regreso cabalgando
sobre nubes que vomitan fuego
al mundo que dejé al morir,
puestas por Satán para asustar ingenuos
que descubro en contornos terrenales,
donde me llaman despectivamente
Fantasma de Nicolás el ermitaño.