CUADRAGESIMOQUINTO
YO
Cuando
el extraño conflicto
entre
Liliput y Blefuscu,
por
ese tonto incidente
donde
el heredero del trono
se
avulcionó el dedo índice
al
querer partir un huevo
por
el extremo más ancho,
yo
era próspero mercader
en
territorio australiano.
La
guerra fue dura y larga
pese
a los sabios consejos
del
gran profeta Lustrog,
quien
afirmó contundente:
Cada uno de los
creyentes
debe partir los huevos
como mejor le plazca.
Mis
ganancias decrecieron
de
manera tan violenta,
que
ahora ya no me alcanzan
para
cubrir los impuestos,
y
en medio de la pobreza,
sin
esperanza ninguna,
transporto
a los refugiados
en
mi pequeño navío,
desde
la diminuta Liliput
hasta
la triunfal Blefuscu.
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