domingo, 30 de septiembre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"


LA ISLA SAGRADA

Casi todos sabemos de las maderas parlantes
donde la Isla Sagrada guarda su vieja historia.
Esas tablillas, con el bastón de mando
y algunos ornamentos pectorales
mostrando signos y grabados simbólicos
extrañamente bellos,
acompañaron la salmodia de los sacerdotes.
Nadie ha podido descifrar
la impenetrable complejidad de sus significados.

Voces que hablan a las estrellas
mientras la noche marina tiende su manto de seda
sobre la majestuosa superficie del océano.
Escritura hermética que pone en evidencia
el naufragio de la razón en continentes antiguos.
Fuerzas invisibles de migraciones en masa,
donde convergen, para fondear su barco,
los mitos más diversos de la humanidad,
porque la magia tuvo y tendrá intacto su poder
en las civilizaciones.

La caprichosa perspectiva de los hombres
continuará como un fragmento perdido
de aquellos pobladores atlantes y lemures.
En la Isla Sagrada, los caminos trazados
conducen directamente a los abismos,
como ríos de lava petrificada
que pasan sin detenerse por silenciosos muelles.

La enigmática cúspide en forma de burbuja
semeja un centinela cautivo en la eternidad,
fantasma permanente de los linderos cósmicos.
Para muchos talvez sea un gastado jeroglífico
sobre ruinosas pirámides
o el jalón de una suntuosa deformación megalítica.

De pronto aquellos seres de la Edad de Piedra
fueron a la par
una comunidad minúscula y grandiosa,
varias veces milenaria.
¿Quién negará tal teoría onírica y fantástica?
¿Quién la violenta ruptura catastrófica?

En la inmensidad los ecos responden al intruso:
La marcha fue iniciada por razón del cataclismo,
pero la superficie renació de nuevo,
después de agonizar bajo las aguas,
y los exploradores volvieron en busca de la tierra,
llevando consigo plantas y animales exóticos
que tristemente no lograron perpetuarse.

El capitán, entonces, con sus años y su gente,
se instaló junto a la costa.
Luego arribaron otros navegantes
cargados con su fardo de marchas milenarias,
procedentes del Sur y del Levante.
Siguieron otros y otros con su coraje a flote,
poblando de preguntas el suelo descubierto.

La vasta soledad de rocas marginales
surgió como un testigo sin casta y sin herencia.
La falta de grandes troncos para las embarcaciones,
convirtió a los marineros en reos de la playa.
Y así pasaron años y siglos y milenios,
en medio de un silencio nutrido por escombros.

En la Isla Sagrada hoy se veneran
las maderas parlantes y peces migratorios;
alguien guarda un prontuario de su lenguaje escrito.
Aquellos navegantes, creadores y optimistas,
hicieron de la isla el teatro de sus sueños.