EL
GOLEM
Fui,
desde el comienzo, lodo,
y
mi nombre se deriva del de Adán.
Amasado
con barro del planeta
Yahvé
me infundió su propio aliento
para
que fuera semejante a él.
Pero
alguien decidió crear un golem
que
protegiera los judíos de Praga
contra
la turba de bárbaros cristianos
que
deseaba sin piedad exterminarlos.
Con
agua y arcilla de un reciente pozo
lo
bendijo después de darle forma
y
vida, insertándole en la lengua
una
tira de papel con la palabra Shem.
Fue
un centinela obediente y riguroso
en
los oficios básicos domésticos,
de
conducta impecable y servicial,
que
ahuyentó los verdugos de la casa
sin
descuidar sus tareas cotidianas.
Un
viernes, sin embargo, enloqueció
cuando
su progenitor pasó por alto
retirar
el papel al caer la oscuridad;
sembró
terror en las calles del contorno
hasta
que su creador y otros rabinos
pudieron
capturarlo, desprender la tira
y
llevarlo enjaulado hasta la sinagoga.
Dicen
las leyendas y supersticiones
que
el golem sigue oculto y esperando
en
la profunda soledad del templo
que
algún mago, aguerrido y generoso,
decida
darle vida como antiguamente
lo
hiciera conmigo Yahvé sobre la Tierra,
aunque
esto sea mi condena y mi desgracia.