LOS
VIGILANTES
No
intento escribir ahora
sobre
los encargados
de
vigilancias privadas,
sino
de los gigantes Grigori
que
persistieron después de la Caída
para
reconstruir lo desaparecido,
según
nos cuenta el patriarca Enoc
en
el Antiguo Testamento.
Sus
principales representantes son:
Agniel,
maestro de los hombres
en
hierbas, raíces y encantamientos
indispensables
para cualquier hechizo.
Anmael,
lúbrico empedernido,
que
estableció un pacto sexual
con
su hembra preferida,
en
una región de las cavernas infernales.
Araquiel,
aficionado a la agricultura,
que
enseñó a la humanidad
los
innumerables secretos de la tierra,
en
forma eficiente y desinteresada.
Araziel,
encargado de la concupiscencia
mientras
las lechuzas vuelan silenciosas
entre
el ramaje de las arboledas
y
los gallos no anuncien los reflejos
de
la madrugada.
Asael,
impúdico, vago y desordenado,
sin
ningún desempeño destacable
en
los campos de la demonología
o
en los simplemente brujeriles.
Asbeel,
intrigante y envidioso sembrador
de
la discordia entre los suyos
y
otros tantos referentes demoníacos
sin
especificación comprobable.
Azael,
que engendró en una diablesa
una
hembra igualmente sicalíptica,
para
espanto de tartufos moralistas
y
regodeo de sátiros solitarios
cuyo
nombre se tragó el olvido.
Baraquijal,
que instruyó en astrología
a
famosos charlatanes y dementes,
para
su eterna ganancia estafadora
y
la pobre complacencia de los memos.
Exael,
quien demostró con claridad
cómo
puede fabricarse un instrumento
para
el uso exclusivo de la guerra,
hasta
en momentos de ilusoria paz.
Ezequel,
experto en meteorología,
esa
ciencia que trabaja con el clima
y
siempre se equivoca
cuando
pretende predecir el tiempo.
Farmoros,
como Agniel,
señalador
de hierbas y raíces,
más
con aplicaciones terapéuticas
que
pócimas para la hechicería.
Gadreel,
quien combinó en su ciencia
la
fabricación de herramientas
para
los arsenales domésticos,
con
esa otra de armas destructivas.
Kasdaye,
quien impulsó a las mujeres
para
que abortasen sin ningún temor
y
no fueran postre de religión alguna
ni
esclavas sumisas de sus propios hijos.
Kashdejan,
descubridor de ungüentos
y
otras muchas maravillas
contra
los males del cuerpo y del espíritu,
como
regalo final para los moribundos.
Kakabel,
ordenador de las constelaciones
y
mecenas sin par de los astrónomos
en
centros científicos aún no definidos,
para
bien general de los humanos.
Penemue,
que nos enseñó a escribir
y
de qué manera se debía leer,
no
sólo en academias sino en la intimidad,
como
inicio de la libertad definitiva.
Penemuel,
igual que el precedente,
enseñó
el arte de escribir con maestría
y
el no menos importante de leer,
como
vacuna contra la ignorancia.
Sanatail,
gran príncipe de los Grigori,
contrario
a Tamiel que jamás realizó
un
trabajo honorable conocido
en
las artes y ciencias infernales.
Viene
luego Turel, idéntico al anterior,
pero
resbaladizo y más condescendiente
con
ciertas debilidades, asaz inconfesables,
uncidas
desde antiguo a los yugos del placer.
Por
último, el auto nombrado Usiel,
de
quien nada o poco puede señalarse,
salvo
que lleva una existencia idiota
en
el planeta de los seres zafios,
conocida
como la Fuerza de Dios.