martes, 8 de abril de 2014

Del libro "Poemas montaraces"



CUATRO ESPANTOS

1
Con graznidos de acento desgarrado
anuncio maleficios al que me oye.
Habito en el Tolima, como saben
los pescadores del río Magdalena.

Me pusieron como nombre El Silbador
porque imito pájaros de mal agüero,
y me encuentro vinculado con Satán
en el reino de las brujas y la noche.

A través de mis ruidos imperiosos
presagio las desgracias de Colombia
y otras que acontecen en el mundo
como prueba de su pérfida crueldad.

2
Primo hermano del temible Silbador,
soy también invisible y lanzo gritos
que destruyen pequeñas poblaciones
en noches sin Luna y tormentosas,
cuando llegan irascibles las borrascas.

Horroroso también para el arriero
que imprudente transita los caminos,
desde el día en que un colega mío
a vivir empezó como alma en pena
por cierta maldición desconocida.

Con espantable voz apremio siempre
los conjuntos de mulas que transitan
como fantasmas cuadrúpedos y feos
por las trochas más oscuras del país.

3
Me conocen como Mano Negra,
Mano Peluda y Mano Verde.
Asomo mis uñas puntiagudas,
y mis palmas velludas y groseras
por rendijas, tablados y paredes.

No me arredran las puertas y ventanas
mientras vago por celdas del convento
denominado De la Candelaria,
con el fin de amedrentar los monjes
que mascullan oraciones decadentes
como eternas salmodias o plegarias.

En Medellín prefiero el color verde,
y aparezco en tragaluces y poternas,
donde asusto a transeúntes temerarios
que se atreven en la noche, sin permiso
de mis grandes poderes espectrales.

Resbalo por la vida (y por la muerte)
mientras crece mi leyenda tenebrosa
entre los pueblos fanáticos y crédulos
que azotan esta tierra diabólica feraz.

4
Me desplazo por aguas del Pacífico
como Buque Fantasma a la deriva,
y no atraco jamás en ningún puerto,
ni siquiera en ensenadas escondidas
porque soy escapista y misterioso,
enemigo de la muerte y de la vida.

Me gusta enloquecer a los curiosos
que intentan desafiar mi obencadura,
cuando proyecto mis luces amarillas
trastornando incluso a los valientes,
mientras voy diluyéndome en la noche
como todo fantasma respetable,
que carece de cuerpo y siente frío.

Del libro "Poemas montaraces"



TUNJO

A veces me convierto en Poira,
y como tal suelo llorar desconsolado
antes de lanzar mis carcajadas,
sorpresivas para los caminantes
que quieren acunarme entre sus brazos
cuando escuchan mi llanto lastimero.

Es allí que despierto y doy pavor
con mis grandes y afilados dientes.
Pero si me hacen la señal de la cruz
puedo convertirme en Tunjo
(muñeco de oro como me conocen).

Esas transformaciones las propician
los que son codiciosos y avarientos,
mientras intentan atraparme al punto.
En tales casos escapo a mi refugio,
dejándoles apenas la ilusión.

Mientras soy esa estatuilla de oro
deben guardarme en cofres especiales
fabricados con dos compartimientos:
uno de vivienda y otro de manjares.

Me agradan las semillas menuditas
y las palabras comprometedoras.
Si me complacen defeco barras finas
para enriquecer a quienes me poseen,
aunque deben conjurarme con frecuencia
los que pretendan conservar sus bienes.

Si no me proporcionan alimento,
desato lluvias, temblores y huracanes,
en los que grito, canto, toco y bailo
hasta calmar mi persistente hambre
con flores, frutas o animales.

Como Tunjo me extravío en otros casos
porque soy igualito a mis compinches
de Las Mil Noches y Una Noche:
generoso o vengativo si conviene
al interés que despierta mi poder
en los valles y montes colombianos.