jueves, 25 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



EL REGRESO

¿En qué olvidada región de mi cerebro
surge como un sueño el recuerdo de mis viajes?
Encontrar de nuevo el puerto abandonado
donde viven aún, hambrientos y sin techo,
los viejos marinos que me acompañaron
en las ya lejanas travesías de mi juventud,
es un caso de típica nostalgia
a la que estamos debidamente acostumbrados
quienes realizamos pecho a pecho las hazañas
en lugar de imaginarlas.

En barcos muy singulares nos entrábamos
por los insólitos archipiélagos del mundo
en busca de leyendas y otras piezas deseadas,
simulando sabuesos de ultratumba,
entre rocas, huracanes y tornados.

Muchos compañeros,
en persecución de naves enemigas o rebeldes,
se batieron como fieras antes de morir partidos
por las brillantes mandíbulas del rayo
y las no menos afiladas de los tiburones.

Los que lograron sobrevivir conmigo
aprovecharon la mar precisa de los equinoccios
para cabalgar sobre troncos y delfines
como lo harían en tierra sobre las mujeres,
que sin muchas ilusiones, pensativas,
esperaban en el muelle su tácito regreso.

Detrás de las líquidas montañas,
en tardes ondulantes,
el Sol se agachaba en el poniente
como viejo lobo de fauces incendiadas,
hasta que aparecía sonriendo como un efebo
en un horizonte contrario del que había dejado.

Así, por días y por noches, por meses y por años,
hice correr mi vida sobre el rumor del agua.
Pirata por vocación y por encanto fui, y soy;
también humilde pescador, sensible como un niño,
embrujado por sirenas y caballitos de mar.

Esta bravura epidérmica que ahora exhibo,
con la que no pudieron las olas,
los vientos ni la crueldad de los dioses,
se deshace irremisible frente a una lágrima tuya,
siempre que sea sincera,
tranquila o agitada como el inmenso mar.

Del libro "León hambriento el mar"




SOÑANDO CON LOS MONSTRUOS

Describiendo largas curvas sobre las costas
o perfilándose en la bruma junto a los altozanos,
talvez más lejos,
alrededor de las llanuras y cerca de los bosques
se observan cada día sus siluetas burdas,
sus miembros retorcidos y deformes.

Esos menhires trashumantes,
depositarios de sus propios misterios,
inquietos, retraídos al paso de los siglos
y a la vista de los hombres,
que apuntan recelosos como peñascos heridos
sus rostros fantasmales
cultivando en la historia sus dudosos mitos,
no me dejan dormir en paz. Llegan a mi cerebro
desde las profundidades del tiempo,
mientras la humanidad se pregunta por su origen.
¡Nadie puede saberlo!

Sin embargo, ahí están,
disponiendo sus tormentos delirantes.
Son los monstruos,
los gigantes que habitaron la Tierra
mucho antes del diluvio.

Estando en vela
jamás me prestaría para tomarlos en cuenta,
pero ellos permanecen contra mi voluntad
en el poco esclarecido territorio de los sueños.

Ningún estudioso con su hipótesis
ha logrado descifrar su procedencia.
Las especulaciones de Oriente y Occidente,
desde el mundo moderno hasta la Antigüedad,
son apenas precursoras de futuras religiones;
impediré que sean lastre para mi afán marinero.

Y aunque el misterio permanezca intacto
y acabe siempre en el mismo interrogante,
nunca cejaré en mi rechazo.
Que deambulen sin tregua en las edades,
pero lejos de mi mar y de mis costas,
porque las grandes pesadillas que padezco
no son fruto de ningún viaje marino
sino de mi seca soledad terrestre.

Del libro "León hambriento el mar"



MEDIANA Y LARGA ISLA
SOLITARIA Y ROCOSA

Como brillante cuchillo tendido en la lejanía,
desde el aire se divisa
la mediana y larga isla, solitaria y rocosa.
Ocultistas de toda procedencia
han querido descubrir en ella una olvidada historia.
Los lisos peñascos, sus piedras derribadas
donde no germina la menor espiga,
quizás nunca revelen su verdadero origen.

El mar se extiende alrededor hasta perderse de vista,
como un inmenso manto, sencillo y despejado,
mostrando el derrelicto que abandonaron sus aguas.
La quieta danza, bajo el dombo milenario,
sugiere un persistente y fatigado gigante.
No por fuerza de los acantilados
sino por la magia de su pelado dorso,
saltan como peces las preguntas infinitas.

Esa mediana y larga isla, solitaria y rocosa,
constituye la excepción sobre los mares.
Sus piedras lustrosas, no talladas por el hombre,
proyectan hacia arriba su estilo arquitectónico.
Sus armoniosos ángulos conservan atributos
de tiempos muy remotos.

En épocas lejanas, sin embargo,
no hubo templos de magia ni ceremonias rituales,
computadoras prehistóricas,
observatorios para estudiar el Sol,
la Luna y las estrellas;
sólo fue una vasta comarca megalítica.

Es hora de anunciar que la elevada meseta,
siendo tan antigua como la Edad de Bronce,
no tuvo tierras gredosas, ni bosques, ni humedad;
no conoció perfumes, salvo el yodo de los mares.

Esa mediana y larga isla, solitaria y rocosa,
no fue de sepulturas ni túmulos ardientes,
no conservó puñales con aderezos de hueso,
de cobre, de estaño o de cerámica.
No protegió esqueletos de robustos guerreros
enterrados con hachas o dagas de metal.
No dejó el recuerdo de algún Ulises pródigo
en medio del océano, porque esa larga isla,
mediana, solitaria y rocosa,
no existe en ningún sitio del enredado mundo.
Sólo encuentra cabida, figura y comprensión
bajo el febril entorno que parte de mis sueños.