martes, 30 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



CATACLISMO

En el confín marino, donde se pone el Sol,
donde las frescas manzanas son de oro
y los vivos se reúnen con los muertos,
sueño, en mi geografía imaginaria,
con el remoto país de los enamorados.

Este cerebro de neuronas escasas
vislumbra entre millares la isla predilecta,
la más fértil, la dichosa,
la que surge del mar como una espiga.

Mientras dos golondrinas incesantes
remodelan las estrías del poniente,
las palmeras se mecen como nidos
bajo brisas encontradas.

Los pescadores regresan con sus pangas
repletas de pescado;
las mujeres terminan sus petates
y los niños en la playa destrozan caracoles.
El corazón caliginoso de la aldea
se alegra de conversaciones y de tratos.

Desde los talleres
sube el canto de los alfareros.
En los huertos y en las casas
todos sueñan con el mar,
con los enormes buques y los lejanos puertos.

Pero algo inquietante desordena mis mares interiores;
el estruendo es sordo y mis entrañas tiemblan.
El aire penetra como un arpón de acero.
Las casas y las calles se van quedando solas;
los isleños huyen.
El agua brama sobre los seísmos
en su estertor fatal.

Hay convulsión de nubes, de olas y de polvo;
los muros caen; se desploman techos;
se rompen puertas y ventanas;
se desfondan pisos;
se descuajan árboles;
los peñascos ruedan, suben,
bajan buscando nuevo lecho;
el mar hambriento se ha tragado el mundo.

Hombres y mujeres con sus hijos
escapan aterrados del duro cataclismo.
Y yo vuelvo al principio:
Así, con mi esperanza, soñando que amanece.

lunes, 29 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



LA RUTA DEL TIEMPO

Las costas del Gran Océano y el interior del país
están comunicados por la ruta
que serpentea indolente sobre las montañas,
entre el paisaje onírico, centelleante y vegetal.

Jalonada por meandros
de grandes y pequeños ríos
sigue su dirección hacia las costas contrarias
al otro lado del mundo.

Conoce las atersadas planicies,
oasis y espejismos que afirman
la flagrante diversidad de los sueños.

Pasó junto a ciudades desfiguradas
por la incursión de bárbaras generaciones
o perforadas por viejos arqueólogos
prostáticos y obsesos.
Tropezó con murallas antiquísimas
donde un día sonaron las trompetas invasoras.

Fue guía de guerreros
que horadaron con sus flechas
las tórridas llanuras,
brújula de conquistadores alevosos,
de humildes mujeres, cortesanas y princesas,
esperanza de reyes cuyos cetros
avergonzaron al Sol.

Las costas del Gran Océano y el interior del país
seguirán como hasta hoy
comunicados por la ruta que serpentea indolente
sobre las montañas, entre el paisaje onírico,
centelleante y vegetal,
jalonada por meandros de numerosos ríos
hacia las costas contrarias
que saborean los siglos al otro lado del mundo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



EL HOMBRE PÁJARO

Soy el hombre pájaro,
aunque no logré el peñasco solitario
desde la isla encantada.

Desafié los tiburones mientras iba
luchando contra las corrientes.
Aceché las hurañas aves marinas
y alcancé para mí su primer huevo.

Fui uno de los antiguos moai
que despertaron sobre la roca basáltica;
estuve con ella perdido en el océano.

Llegué con los polinesios desde el sudeste asiático
al mando de una de sus piraguas dobles.
En aquella isla realizamos una escala
taladrando y puliendo nuestros dioses.

Luego seguimos a Perú,
donde nos establecimos,
y al resto de América del Sur.
Como ven, soy el hombre pájaro
que ha sobrevivido a todos los cataclismos.

Ahora vivo en Orongo, mi poblado,
y cada año, en pleno invierno,
hago la travesía
desde la isla encantada hasta el peñasco solitario.

Del libro "León hambriento el mar"



LOS SUEÑOS DEL MARINERO

Sueño con su talle perfecto y su fruto delicioso
mientras viajo embebido por remotos mares.
La noche constelada,
con sus ojos sobre el espejo del agua,
abre sus fauces tibias como una orca inmensa.

Aquí sobre las olas, marino desterrado,
con mis velas al pairo, sin ancla y sin timón,
deliro aprisionando sus labios infinitos.

Lúbrico y feroz,
mi cuerpo enrojecido por la fiebre
es un fuego inextinguible sobre el dorso
de sus islas atezadas.

Mi nave fantasma, mi deriva incierta
son una sombra apenas
de intrincado enjambre y de pasión ilímite.

Ella en la noche, lejana y desprendida
como un gorjeo simple, sonoro y juvenil.
Mi carne licenciosa pensando en sus parajes
recónditos y cálidos, con suavidad de seda,
es un mástil de cofas extraviadas
en medio del océano abisal y nocturno.

Locuras insalvables de un viejo marinero
que sabe su llegada, más tarde o más temprano,
hasta la rada oscura de flores al socaire.

jueves, 25 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



EL REGRESO

¿En qué olvidada región de mi cerebro
surge como un sueño el recuerdo de mis viajes?
Encontrar de nuevo el puerto abandonado
donde viven aún, hambrientos y sin techo,
los viejos marinos que me acompañaron
en las ya lejanas travesías de mi juventud,
es un caso de típica nostalgia
a la que estamos debidamente acostumbrados
quienes realizamos pecho a pecho las hazañas
en lugar de imaginarlas.

En barcos muy singulares nos entrábamos
por los insólitos archipiélagos del mundo
en busca de leyendas y otras piezas deseadas,
simulando sabuesos de ultratumba,
entre rocas, huracanes y tornados.

Muchos compañeros,
en persecución de naves enemigas o rebeldes,
se batieron como fieras antes de morir partidos
por las brillantes mandíbulas del rayo
y las no menos afiladas de los tiburones.

Los que lograron sobrevivir conmigo
aprovecharon la mar precisa de los equinoccios
para cabalgar sobre troncos y delfines
como lo harían en tierra sobre las mujeres,
que sin muchas ilusiones, pensativas,
esperaban en el muelle su tácito regreso.

Detrás de las líquidas montañas,
en tardes ondulantes,
el Sol se agachaba en el poniente
como viejo lobo de fauces incendiadas,
hasta que aparecía sonriendo como un efebo
en un horizonte contrario del que había dejado.

Así, por días y por noches, por meses y por años,
hice correr mi vida sobre el rumor del agua.
Pirata por vocación y por encanto fui, y soy;
también humilde pescador, sensible como un niño,
embrujado por sirenas y caballitos de mar.

Esta bravura epidérmica que ahora exhibo,
con la que no pudieron las olas,
los vientos ni la crueldad de los dioses,
se deshace irremisible frente a una lágrima tuya,
siempre que sea sincera,
tranquila o agitada como el inmenso mar.

Del libro "León hambriento el mar"




SOÑANDO CON LOS MONSTRUOS

Describiendo largas curvas sobre las costas
o perfilándose en la bruma junto a los altozanos,
talvez más lejos,
alrededor de las llanuras y cerca de los bosques
se observan cada día sus siluetas burdas,
sus miembros retorcidos y deformes.

Esos menhires trashumantes,
depositarios de sus propios misterios,
inquietos, retraídos al paso de los siglos
y a la vista de los hombres,
que apuntan recelosos como peñascos heridos
sus rostros fantasmales
cultivando en la historia sus dudosos mitos,
no me dejan dormir en paz. Llegan a mi cerebro
desde las profundidades del tiempo,
mientras la humanidad se pregunta por su origen.
¡Nadie puede saberlo!

Sin embargo, ahí están,
disponiendo sus tormentos delirantes.
Son los monstruos,
los gigantes que habitaron la Tierra
mucho antes del diluvio.

Estando en vela
jamás me prestaría para tomarlos en cuenta,
pero ellos permanecen contra mi voluntad
en el poco esclarecido territorio de los sueños.

Ningún estudioso con su hipótesis
ha logrado descifrar su procedencia.
Las especulaciones de Oriente y Occidente,
desde el mundo moderno hasta la Antigüedad,
son apenas precursoras de futuras religiones;
impediré que sean lastre para mi afán marinero.

Y aunque el misterio permanezca intacto
y acabe siempre en el mismo interrogante,
nunca cejaré en mi rechazo.
Que deambulen sin tregua en las edades,
pero lejos de mi mar y de mis costas,
porque las grandes pesadillas que padezco
no son fruto de ningún viaje marino
sino de mi seca soledad terrestre.

Del libro "León hambriento el mar"



MEDIANA Y LARGA ISLA
SOLITARIA Y ROCOSA

Como brillante cuchillo tendido en la lejanía,
desde el aire se divisa
la mediana y larga isla, solitaria y rocosa.
Ocultistas de toda procedencia
han querido descubrir en ella una olvidada historia.
Los lisos peñascos, sus piedras derribadas
donde no germina la menor espiga,
quizás nunca revelen su verdadero origen.

El mar se extiende alrededor hasta perderse de vista,
como un inmenso manto, sencillo y despejado,
mostrando el derrelicto que abandonaron sus aguas.
La quieta danza, bajo el dombo milenario,
sugiere un persistente y fatigado gigante.
No por fuerza de los acantilados
sino por la magia de su pelado dorso,
saltan como peces las preguntas infinitas.

Esa mediana y larga isla, solitaria y rocosa,
constituye la excepción sobre los mares.
Sus piedras lustrosas, no talladas por el hombre,
proyectan hacia arriba su estilo arquitectónico.
Sus armoniosos ángulos conservan atributos
de tiempos muy remotos.

En épocas lejanas, sin embargo,
no hubo templos de magia ni ceremonias rituales,
computadoras prehistóricas,
observatorios para estudiar el Sol,
la Luna y las estrellas;
sólo fue una vasta comarca megalítica.

Es hora de anunciar que la elevada meseta,
siendo tan antigua como la Edad de Bronce,
no tuvo tierras gredosas, ni bosques, ni humedad;
no conoció perfumes, salvo el yodo de los mares.

Esa mediana y larga isla, solitaria y rocosa,
no fue de sepulturas ni túmulos ardientes,
no conservó puñales con aderezos de hueso,
de cobre, de estaño o de cerámica.
No protegió esqueletos de robustos guerreros
enterrados con hachas o dagas de metal.
No dejó el recuerdo de algún Ulises pródigo
en medio del océano, porque esa larga isla,
mediana, solitaria y rocosa,
no existe en ningún sitio del enredado mundo.
Sólo encuentra cabida, figura y comprensión
bajo el febril entorno que parte de mis sueños.

martes, 23 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



EL SOBERANO DE MIS SUEÑOS

Yo, Verano Brisas, poeta por vocación,
nacido en Salgar (Antioquia),
sin astilleros donde inspeccionar
la construcción de mis buques,
sin equipos técnicos ni amigos especializados
descendientes de antiguas familias de armadores,
sin quien se incline respetuoso en mi presencia
en señal de acatamiento,
he decidido ahora, por mi cuenta y riesgo,
construir el bello y poderoso
Soberano de mis Sueños.

Pero antes
navegaré desnudo sobre un haz de juncos,
utilizando como remos las manos y los pies,
en los lagos y ríos de la Tierra.
Ensayaré pellejos de cerdo y buey
cosidos y calafateados, inflándolos
como flotadores para atravesar las corrientes.
Impulsaré luego mi armadía con pértiga y canalete
hasta que pueda perfeccionar una balsa de papiro
o un consistente y rústico catamarán.
Mejor todavía, una balsa de bambú liviana y larga.

Si trabajo con ahínco
talvez construya piraguas monoxilas
propias para más grandes y lejanas aventuras.
Mi mujer, mis hijos y mis nietos
me ayudarán a mover embarcaciones mayores.

Decoraré mi bote con figuras de animales
y pondré un timón en forma de espadilla
sobre el costado derecho y hacia popa,
para seguir el rumbo deseado
y no el que marque el capricho de las aguas.

Sobre la proa ensartaré una cabeza de toro
con el fin de cornear a los espíritus malignos
que nunca han de faltar en toda travesía.
En las costas fenicias
buscaré cedros de primera calidad
para hacerme un navío más potente,
con cuadernas, baos y cubierta.

Le añadiré un sólido bauprés y un espolón,
quilla y remos en filas superpuestas.
Así podré atacar a quien me ataque,
y a quien no lo haga, atacaré
con la seguridad de una victoria rotunda.

Pondré, además del espolón, un tajamar,
una tercera fila de remos y una lona
como hace poco vi en otras galeras
que audazmente se engolfaron en mi océano.

Ahora mi carraca
tiene balconada saliente sobre popa
y paso a paso la convierto en galeón,
con tienda para el capitán,
caseta para otros miembros importantes,
galería de proa, escotillas y serviolas,
mayor con brioles y apagavelas,
gavias, amantillos y lona de artimón.

Es hora de reforzar, para ceñir el viento,
con una o varias velas latinas y más palos.
Que no haya mar o puerto donde no pueda llegar.

Quiero también bulárcamas
que ayuden a las amuradas,
vergas, cofas, alcázar y cañones,
muchos metros de eslora y una manga más ancha,
con una superficie vélica que incluya trinquetes,
bonetas, mesana, cebadera y otros trapos
que al cabo de los siglos tendré que adicionar.

Diseñaré un velamen más amplio y más hermoso
que el ordenado por Carlos I de Inglaterra y de Escocia.
No habrá quién me dispute el dominio del océano...

Despierto ya del sueño vano y fútil,
no quiero ni acordarme de un Káiser Barbarossa.
No deseo el Yamato, ni el Vanguard, ni el Long Beach,
y menos, aunque hermoso, el fuerte Richelieu.
Que vuelen en pedazos gigantescos portaviones,
submarinos nucleares, torpederos, destructores,
rompehielos, balleneros,
pues ninguno de estos cascos perdidos en los mares
remedian el asunto,
porque son cuerpos sin sangre portadores de muerte.

Sólo un pequeño tronco con una vela inmensa
es lo que necesito.
Y que diga en el casco único de madera:
Aquello que rige los vientos,
las mareas, los astros y el vacío,
impulse, oh Verano, tu piragua
por el espacio cósmico.

Del libro "León hambriento el mar"



FRENTE A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

Las puertas de la ciudad
estaban abiertas y abandonadas.
Habíamos descendido hacía poco en la rada
que sirvió para fondear nuestras naves.
En ese momento apenas comenzaba el sueño.

Encontramos en sus alas glifos profundos
grabados por cinceles muy expertos,
que sugerían formas de expresión ideográfica
más próximas al mito que a la realidad.

Éramos mercenarios del Caribe
al servicio de su majestad Carlos I de España,
y recorríamos costas americanas
de puerto en puerto
en busca de tesoros para nuestro Soberano.
Más que mercenarios, parecíamos dioses
huyendo de un pasado al borde del olvido.

Las puertas y la ciudad
estaban tan cerca de las aguas
que las olas bañaban los umbrales.
Las mujeres se hallaban descansando
junto al arruinado escenario,
mientras los hombres ofrecían sacrificios
a imaginados gigantes.

En lo poco que quisieron explicarnos
dijeron que al establecerse en la región
habían encontrado destruida la misteriosa ciudad,
y desierta, al parecer, desde hacía mucho tiempo.
Agregaron que los Incas
los habían precedido uno o dos siglos.

Sobre el origen de las puertas
los indígenas apenas conocían
una rara y sibilina tradición:
Habían sido construidas en una sola noche,
después de un prolongado diluvio,
por un gigante desconocido
que nunca tomó en cuenta la antigua profecía
sobre la llegada del Sol.

Por tan grave falta, él y sus compañeros
fueron exterminados por el Rayo Vengador,
que no satisfecho con semejante deicidio,
arrasó igualmente los palacios,
las casas, los árboles, los muelles y los barcos,
hasta convertirlos en un montón de ceniza.

Terminada la trágica narración, los nativos
se retiraron en silencio, pausados,
para iniciar enseguida nuevos sacrificios
ante el altar de los gigantes invisibles.

Nosotros regresamos a la rada
con el presentimiento de la futura catástrofe,
abordamos los barcos y partimos
esperanzados en hallar otras regiones
más acogedoras y menos misteriosas,
con riqueza en abundancia para nuestro Rey.

Mientras nos alejábamos, los ojos asombrados
contemplaron las ruinas de la ciudad
tras sus enormes puertas abiertas y abandonadas.

viernes, 19 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



LO QUE EN SUEÑOS YO LE DIJE AL INCA

Recuerda que partí para remotas tierras,
no por mi voluntad sino por tu soberbia.
Hoy, de regreso, arriesgando mi vida
y la posibilidad de conseguir tus favores,
traigo aciagas noticias para ti
y todos los habitantes de tu vasto imperio.

Como sabes, me convertí en navegante
en una de las naves más veloces
que alcanzó a concebir la inteligencia
al otro lado de estas aguas.
Por eso me adelanté desde hace muchas millas
entre tormentas y algunas noches de luna.

Las corrientes del anchuroso mar
me ayudaron en momentos de peligro,
pues siempre tuve a mis espaldas flotas
que ambicionaban mis tesoros
y el deseo de que no pudiera comunicarte
lo que ya es una desgracia,
oh, poderoso rey de los amenazados.

El enemigo ha vuelto,
lo he divisado con mis propios ojos
bordeando la costa
sobre sus inusuales casas flotantes,
como bien lo dice la antigua profecía.

Su piel descolorida, casi blanca,
sus barbas espesas y enmarañadas
imitan con holgura
al dios Sol de nuestros campos
cuando la neblina trepa por las cordilleras
en las mañanas de invierno.

Todo presagia, divino soberano,
que nuestro fin se acerca. ¡Sálvanos!
Esos barbudos sin alma
quemarán nuestros maizales,
secuestrarán a los chasquis
y violarán nuestras mujeres.
Sus mortíferas cerbatanas
vienen vomitando fuego
rápido y ruidoso como el rayo y el trueno.
Harán que nuestros hombres huyan
o caigan doblegados por el extraño mal.

¿Qué será de nuestros ríos y ciudades?
¿En qué terminará nuestra pasada grandeza?
¿Quién adorará nuestro Sol
en el corazón de los Andes?

El presente es abrupto y el porvenir turbulento;
el imperio es codiciado por el depredador extranjero
y los dioses no desean su prolongación
en los siglos sanguinarios que se avecinan,
por haber sido cobardes y desobedientes
al contrariar las leyes de nuestros antecesores.

Oh, Soberano:
¿En dónde quedan tus sagrados poderes?
¿Cuál ha sido el destino de tu cetro?
¿Y cuál será el porvenir de nuestros hijos?
Nada saciará la sed de los barbudos,
más crueles que el demonio de la oscuridad.
Ellos te ahorcarán por un pedazo de oro,
a ti, a quien adoramos con esperanza y vergüenza.

Las guerras libradas con los poderes hermanos
nos han debilitado, y los odios,
opuestos ferozmente contra toda unión fraternal,
de nada van a servirnos en estas horas de angustia.
Caerás, oh rey, como grano de maíz
en medio de la tormenta;
el temido huracán arrasará también a tus hijos
y a los hijos de tus hijos,
víctimas todos de la más negra traición,
así luzcas aún resplandeciente y riguroso
en tu litera de metal macizo.

El enemigo vencerá tus ejércitos
con su aparatosa aunque minúscula realeza,
sin que reconquistes lo que se habrá perdido.
Los rayos del dios Sol escaparán de tus manos
como plumón de guacamaya tierna,
y entrarás entonces en la pesada noche
hasta que algún poeta o historiador sonámbulo
decida, por piedad, sacarte del olvido.

jueves, 18 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



SUEÑO AMAZÓNICO

Llegué con mis naves (6 en total)
por el valle ondulatorio del gran océano Atlántico
hasta la desembocadura del imponente Amazonas.

Había con la tripulación notado ya
el color diferente de las aguas, su sabor dulce
y la variedad de la fauna marina tropical
junto a una humedad selvática
que pronto tendríamos que sufrir a plenitud.

Penetramos, todavía con viento en popa,
por las fauces de ese monstruo caudaloso,
aletargado y rojizo,
cuyos brazos robustos estrechaban nuestros barcos
como amantes en plan de despedida.

Pasados unos días, la selva oscura,
primitiva y cautivante palpitaba misteriosa
repleta de pájaros y fieras.
Profundo, sin embargo, el claro sueño
estaba a punto de tornarse en pesadilla,
aunque las aves, la tripulación y el cielo,
la manigua y yo,
formábamos un conjunto armonioso,
duplicado por el vuelo de las guacamayas,
el salto de los micos y el reptar de las serpientes.

Viajábamos río arriba en busca del país imaginado
cuyas ciudades brotarían como flores encantadas
en la mitad de la selva.
Sin agotamiento, con esa lucidez
que sólo pueden dar los forjadores del sueño,
llegamos sin contratiempos al término del viaje.
Cerca de las cenagosas riberas
presentimos las ruinas de una antigua población
surgida, seguramente, hace cuatro o cinco milenios.
Bajo el hierro de mis compañeros
saltó como un destello el asombroso pasado,
clave de una historia que se daba por perdida.
Gratitud para los valientes exploradores
que arribaron conmigo del otro lado del mar.

Nuestra sorpresa fue inmensa cuando al excavar
se reveló la existencia de una cultura urbana,
de una civilización ligada al río,
tan vasta como las de Egipto y Mesopotamia,
aunque algún duende maligno intentó crear
por pura complacencia, un abstruso jeroglífico,
para enredarlo todo deliberadamente
bajo las aguas rituales del enigma.

Al continuar trabajando
en busca de otros acontecimientos
e interpretaciones, exhumamos edificios
con restos de escritura aún no descifrados,
una organización económica y social
más parecida a las modernidades de Nueva York
que a una sociedad supuestamente primitiva.

La aparición de ese quebradero de cabeza
justifica por sí sola la prolongación de mi sueño.
Talvez sea una ironía ver cómo los hombres
que conmigo batallaron, no tengan realidad;
es el precio que reclaman por servir, las ilusiones.

Sin despertar emprendo mi regreso hacia el océano
por la misma selva y por el mismo río.
Los veleros descienden sin premura... y sin piloto,
navegando contra el viento,
en busca del mar hondo y agitado que los llama.

Estrechados otra vez por los nervudos brazos
bordean solitarios los deltas inconclusos.
Ya solos, sin mis héroes,
serán como fantasmas flotando en el vacío
en busca de algún puerto sobre el mar de las Antillas.

Del libro "León hambriento el mar"



LAS PIRÁMIDES

Soñar con las pirámides ocres y rígidas
que yerguen su vetusta anatomía
en medio de las selvas tropicales
o en los áridos desiertos faraónicos,
es cosa non sancta para un marino confeso
cuya vida está ligada a las espumas del mar.

No obstante recortan en la noche
con su cuchillo de roca
las eternas y abstrusas interrogaciones,
ellas, las que cambian por sueños ancestrales
mis mares y querellas interiores,
ocultos bajo montañas dormidas.
Silenciosos testimonios mordidos por la piedra,
desafiantes e inmensos
frente a los estragos del tiempo y de los hombres.

Como telón de fondo el cielo purísimo
quebrado por infinitas estrellas que provocan
oníricas estupefacciones y preguntas graves,
humanas, sobrehumanas, inhumanas,
pero nimbadas siempre de inexplicable leyenda.

Enigmáticos templos mesoamericanos
entre un mar de colinas y tupida vegetación
donde gentes de las tierras calientes
y extranjeros llegados del altiplano
adoraron a sus dioses.

Culturas aprisionadas por la manigua virgen
de sofocante humedad, que plantean aún
sus propuestas audaces sobre el paisaje hostil,
allí, contra las columnatas
donde soldados de Cortés decapitaron el mundo
blandiendo sus espadones sobre innúmeras cabezas,
firmes y esbeltas como campos de maíz.

Pirámide o zigurat, ¿qué importa eso?
Son esplendores perdidos
de la imponente metrópoli de Teotihuacan,
ya medio desplomados
como aquéllos del sacro Egipto y la obscena Babilonia,
donde durmieran tranquilos el buey Apis y Marduc.

Desde sus cimas, igual que pedestales benévolos,
permitieron a los dioses descender hasta sus fieles
para colmarlos, como siempre,
con exiguos dones y desmedidas desgracias;
panteones rebosantes de divinidades que exigían
un culto particular en cada una de las ciudades,
desde la antigua Sumer
hasta el incaico Machu Picchu,
oficiado en secreto por magos y pitonisas
miembros del abominable colegio de las idolatrías.

De corazón me fasciné con sus inmensas moles
como Almamún, califa de Bagdad,
que halló la estatua dorada recubierta de diamantes
más hermosa que los cuentos de Las mil y una noches.

He visto en sueños la masa indestructible
poseída de poderes y atributos sobrenaturales
sirviendo de sepulcro a los herederos del Sol,
pues sus cámaras mortuorias, por siglos y milenios,
han guardado intacto el cuerpo de los reyes
bajo sarcófagos tallados en las lejanas canteras.

¡Qué bellas y resecas momias he soñado!

Casi todas con narigueras o máscaras de oro,
gruesos collares, literas de gala, suntuoso mobiliario,
armas y abundantes provisiones dentro de sus tumbas,
sin faltar, ad hoc, las plañideras
que tornan más doliente el servicio funerario.

He visto eso y mucho más.
Cubiertas por enormes losas,
bellas embarcaciones que lucen casco de teca
sobre la superficie de lagos subterráneos;
en cubierta, los mudos comensales de la realeza
disfrutando con el muerto los últimos manjares.

Qué lejos y cerca estoy del barco solar
con mis sueños difuminados
por el viaje piadoso de una imaginación tardía.
Despierto me defiende del caos
y la locura brillante del poema,
las torres ziguráticas en la llanura imberbe,
la selva tórrida de América,
el inasible mar de China
o el quemante desierto donde duermen
su siesta endemoniada las pirámides.