martes, 18 de febrero de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



BALDER
I
El dios de la luz era versado
en el conocimiento de las Runas,
que estaban escritas en su lengua.
Lo único que no veían sus ojos
era el misterioso porvenir,
pero conocía las virtudes de las flores
y otras cosas importantes y sublimes.

Los colegas empezaron a notar
cambios en su comportamiento:
los ojos ya no fueron tan azules
porque la luz se alejó de sus pupilas
y en el rostro la ansiedad hizo su nido
cuando los sueños, antes dulces y tranquilos,
se tornaron en oscuras pesadillas,
produciendo en su mente delicada
misteriosas sensaciones de terror.

Sintiendo que su hijo peligraba
los padres ordenaron enseguida
a las especies vivientes, y a las inanimadas,
pronunciar el juramento de que Balder
no sería presa de ningún percance.
Todas lo hicieron, salvo el muérdago,
silencioso habitante de los robles
que crecían a las puertas de Valhalla.

Desconfiando de tales juramentos
Odín consultó las magas de la muerte
después de viajar a la mansión de Hel,
donde halló, para sorpresa suya,
un fúnebre festín de iniciación
con divanes y tapices negros
apropiados para un alto personaje.

Inició un ritual para trazar las Runas
con su poder de revivir los muertos;
de la tumba emergió una pitonisa
preguntando en tono descompuesto
quién osaba despertarla de su sueño.

El dios la interrogó sobre las causas
de un banquete tan pródigo y siniestro;
la vala confirmó sus aprensiones
diciendo que el invitado era Balder
destinado a ser muerto por Hodur,
hermano y dios ciego de la oscuridad.

–¿Quién vengará la muerte de mi hijo?,
volvió a indagar el dios supremo
cuando escuchó la macabra profecía.
–Vali, vástago de Odín y Rinda,
descendiente del rey de los ruthenes,
respondió la pitonisa.

Cuando el dios interrogó de nuevo:
–¿Quién no llorará la muerte de Balder?,
la vala descubrió al que así le hablaba
y se hundió presurosa bajo tierra,
jurando no salir hasta el final del tiempo.

Odín montó su caballo de ocho patas
convencido de que Orlog (el destino)
en nada cambiaría sus proyectos.
Cabalgó melancólico hasta Asgard
temiendo la hora en que su hijo
dejaría la mansión celeste. Pero
disfrutó, sin embargo, del festín
preparado para él por su regreso.

II
Frigga confirmó que todo bajo el Sol
había prometido no dañar a Balder,
quien podría alegrar eternamente
el gran orbe con su bella estampa.

El Supremo Tuerto, acompañado
por las demás divinidades nórdicas,
inició juegos en un campo de recreo
lanzando discos de oro hacia la Tierra,
casi olvidado del fatídico presagio
que pesaba como plomo en su cabeza.

Cansados ya del juego, idearon otro
que consistía en fulminar a Balder
con objetos de variada forma,
pues de acuerdo con el juramento
nada ni nadie intentaría dañarlo
mientras fuera el preferido del planeta.

Tal jolgorio puso en guardia a Frigga
que hilvanaba sentada en Fensalir,
cuando Loki cruzó como una anciana
caminando hacia las puertas de Valhalla
para conferir al legendario muérdago
una dureza y tamaño incomparables,
antes de ir al campo donde Hodur
continuaba aprensivo y taciturno
porque ciego no podía participar.

Puso Loki  en sus manos una flecha
fabricada con el parásito encantado,
dirigida contra el cuerpo de Balder.
El invidente disparó con tanta fuerza
que un grito de terror se oyó al instante
mientras su hermano caía traspasado
por el trozo del muérdago infernal.

Todos quisieron fulminar a Hodur,
pero su propia ley saltó al momento
recordando que un acto de violencia
violaría el sagrado juramento
pronunciado en pasadas asambleas.

III
Cuando supo que su hijo estaba muerto
Frigga exigió a todas las deidades
pedir su libertad en la mansión de Hel,
pues la Tierra exigiría el pronto regreso
del más gallardo señor del panteón.

Hermod el veloz se ofreció al punto
para cumplir tan delicada misión,
si Odín le daba su corcel Sleipnir,
único que podía con sus ocho patas
llevarlo pronto a la región sombría,
para dar a Balder y su amada esposa
más cariño que el de todos los esir.

Mientras Hermod viajaba, el primer dios
ordenó hacer una pira en forma de barco,
adornada con tapices y coronas florales,
armas y copas de distinta especie,
sortijas de oro y otros objetos preciosos,
antes de arrojar el cadáver sobre ella.

Al mirar esos hechos tan nefastos
la esposa decidió continuar cerca
de su amado, aunque estuviera muerto.
Odín agregó también a lo ya dicho
la oblación de su corcel y sus sabuesos,
igual que el anillo poderoso y mágico,
antes de cerrar la pira con espinos,
representantes del sueño.

Los dioses, en pleno reunidos,
se dispusieron a botar el barco
sobre las olas del oscuro océano,
y al no poder hacerlo, se valieron
de una giganta que pasaba cerca.

En asocio de un lobo colosal
y unas serpientes que se retorcían
en convulsiones estrambóticas,
se dispuso a cumplir lo negociado,
y apoyando el navío contra el hombro,
sin esfuerzo lo llevó hasta el agua.

El suelo crepitó con tanto estruendo
que todo el orbe se sintió en peligro,
mientras el barco navegaba en llamas
debido a la fricción que padecía
en las dos amuradas y en cubierta.

Los presentes casi pierden su equilibrio,
y Thor se enfureció de tal manera
que lapidó a la mujer con su martillo
junto a las fieras que la acompañaban.

Lit, un enano entremetido y loco,
se cruzó en el momento del ritual,
siendo incinerado junto a la pareja
y en cenizas transformada su figura.

El barco-pira soportó la ceremonia
mientras se hundía ya próximo al Oeste.
Para entonces Cielo y Tierra fueron uno,
y los dioses no marcharon hacia Asgard
hasta que la última chispa se extinguió.

Cuando el barco se perdió bajo las aguas
todo se hizo oscuro despidiendo a Balder;
los corazones quedaron en zozobra
con el final seguro de los seres vivos
por la llegada del temido Invierno.

Solo Frigga continuó impasible
y segura de que Hermod el veloz,
a la décima noche cruzaría
las corrientes que dificultaban
el alcance de los dos amantes,
después de apearse sobre el hielo
y sujetar las correas de la silla.

Tal como la diosa lo intuía,
el divino mensajero espoleó
de nuevo su caballo Sleipnir,
exhortándolo a dar tan grande salto
que cayó firme en la mansión de Hel,
y avanzó hasta la sala del banquete
donde Balder, sobre un fino diván,
se hallaba recostado y mal herido.

Un jarro de aguamiel sin consumir
yacía en el rincón más apartado,
mientras él, con su consorte Nanna,
miraban la vegetación que iba muriendo
por la ausencia del sol primaveral.

IV
El dios dudó que su valiente hermano
hubiera llegado a Hel para salvarlo,
porfiando con la cabeza y resignado
a quedarse en tan lúgubre morada
hasta el momento del último combate.

La diosa de las sombras, congelada,
escuchó la petición del mensajero,
aceptando liberar al presidiario
si los seres vivos e inanimados
derramaban sus lágrimas por él.

El mundo deploró su defunción
confiado en el regreso del occiso,
no por las exigencias de la diosa,
sino por el pacto de los otros dioses
en la última asamblea de Asgard.

La única excepción fue el viejo Thok
(Loki camuflado), que no quiso llorar
y prefirió las frialdades de su cueva,
pues no le importaba que la muerte
tuviera a Balder por una eternidad.