lunes, 26 de febrero de 2018

Del libro "Trampantojos y otros versos"


















ETCÉTERA, ETCÉTERA

Me deslumbran los astros y planetas
que giran guiados por leyes inmutables,
en perfecta armonía y permanente caos,
etcétera, etcétera.

Nuestro sol, con su fuego abrasador
durante 4´500.000.000 de años,
que un día morirá como cualquier estrella,
igual que todos los cuerpos siderales,
etcétera, etcétera.

La galaxia donde habito tendrá un fin
porque nada escapará a la Ley,
incluso el tiempo, que no existe,
salvo como expresión de la materia,
con su hermano gemelo y solidario,
etcétera, etcétera.

Habrá entonces un día y un instante
en que todos los etcéteras se junten
para volver a su lugar de origen,
sitio inefable, inasible y persistente,
conocido como nada por los hombres,
etcétera, etcétera, etcétera.

Del libro "Trampantojos y otros versos"


















LAS CHANCERAS

Heraldos del azar en cada puesto,
se sitúan en lugares estratégicos
para ofrecernos la suerte que nos falta.
Con su sonrisa a bordo nos convencen
de que “si esta vez no fue, la próxima será”.
Y nosotros, crédulos tahúres, caemos en la trampa
buscando, ilusos, el tesoro incierto.

Las chanceras son el eje
de muchas economías hogareñas,
al servicio de los potentados
que nunca dan la cara, pero están ahí
esquilmando a los incondicionales.

Ellas sueñan lo mejor para sus clientes
y esperan la propina cuando alguien
rompe el hilo de las cuerdas opresoras,
entre aplausos alegres y entusiastas
de conocidos, amigos y parientes.

Representantes de la gente rasa
que busca su fortuna en imposibles,
las chanceras nos atraen hábilmente
con sonrisas singulares y enmarcadas
como espejo en mitad del consumismo.

Son la última esperanza
de la sufrida población paupérrima,
desplazada de predios donde abundan
el oro y las demás riquezas
que aplastan sordas la rústica manada.
¡Mi abrazo, entonces, para las chanceras!