TUNJO
A
veces me convierto en Poira,
y
como tal suelo llorar desconsolado
antes
de lanzar mis carcajadas,
sorpresivas
para los caminantes
que
quieren acunarme entre sus brazos
cuando
escuchan mi llanto lastimero.
Es
allí que despierto y doy pavor
con
mis grandes y afilados dientes.
Pero
si me hacen la señal de la cruz
puedo
convertirme en Tunjo
(muñeco
de oro como me conocen).
Esas
transformaciones las propician
los
que son codiciosos y avarientos,
mientras
intentan atraparme al punto.
En
tales casos escapo a mi refugio,
dejándoles
apenas la ilusión.
Mientras
soy esa estatuilla de oro
deben
guardarme en cofres especiales
fabricados
con dos compartimientos:
uno
de vivienda y otro de manjares.
Me
agradan las semillas menuditas
y
las palabras comprometedoras.
Si
me complacen defeco barras finas
para
enriquecer a quienes me poseen,
aunque
deben conjurarme con frecuencia
los
que pretendan conservar sus bienes.
Si
no me proporcionan alimento,
desato
lluvias, temblores y huracanes,
en
los que grito, canto, toco y bailo
hasta
calmar mi persistente hambre
con
flores, frutas o animales.
Como
Tunjo me extravío en otros casos
porque
soy igualito a mis compinches
de
Las Mil Noches y Una Noche:
generoso
o vengativo si conviene
al
interés que despierta mi poder
en
los valles y montes colombianos.
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