MANCARITA
Como
todos los mitos de mi estirpe,
soy
salvaje y detesto a los humanos;
me
gusta imitar la voz del hombre,
el
grito de las hembras iracundas
y
el llanto de los niños desolados.
A
quienes cruzan mis dominios
los
conduzco a la mitad del bosque
donde
domino mis haciendas todas,
para
dejarlos cautivos largo tiempo.
Tengo
el cabello inmensamente largo
y
un sólo seno en la mitad del pecho;
mi
cuerpo es semejante al de una osa
y
mis pies hacia atrás siempre confunden
a
los que intentan perseguir mi huella.
Soberana
de los Andes orientales,
sólo
me acerco a rústicas viviendas
con
mi grito prolongado y lúgubre
cuando
la noche es oscura y silenciosa.
Juran
que robo niños extraviados
y
que tímida huyo hacia los cerros
si
escucho llegar los cazadores
o
el baladro irritante de sus perros.
Aseguran
también en Santander
que
existió una Rita manca, narradora
de
cuentos para engañar ingenuos
y
atizar sin vergüenza sus discordias.
Esa
manca vagaba por la jungla
con
cabellos y uñas en tal forma
que
muchos cazadores previsivos
disparaban
creyéndola una fiera
de
grandes dientes y abundante cola.
Se
alimentaba de frutas y raíces
mientras
huía del contacto humano,
y
andaba en lugares despoblados
lanzando
voces lúgubres y fuertes,
aullidos
de lobo y perro triste
mezclados
con su llanto femenino.
Era
el terror de todos los viajeros,
cuagulándoles
la sangre con sus gritos.
Soy
la que expliqué al principio:
hembra
salvaje pero no chismosa.
Sufro
y lloro como cualquier poeta,
pero
no soy la Rita manca
que
antaño quiso promover discordias.
Quizás
se trata de una hermana mía,
pues
tengo parentela numerosa
que
se desplaza por distintas selvas.
Lo
que sí poseo es voz de hombre,
grito
de mujer y sollozar de niño,
que
utilizo para embrujar incautos
y
esconderlos donde nadie mire,
por
ser ese mi mayor deporte
en
el vasto territorio colombiano.
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