MADREMONTE
Soy
alguien muy poderosa
en
los Andes colombianos,
en
los valles del Magdalena
y
en las riberas del Cauca,
igual
que en otros lugares
del
continente americano.
Ostento
diferentes nombres
que
demuestran mi fortaleza
como
diosa de los montes;
rijo
la lluvia y el viento
que
azotan la vegetación
de
toda Latinoamérica.
Me
describen musgosa y putrefacta
al
borde de quebradas y pantanos,
cerca
de las grandes piedras
y
sitios enmarañados por la fronda,
donde
no cala el Sol del mediodía.
Dicen
que mis ojos son brotados
y
encendidos como un fogón,
que
tengo colmillos de saíno,
manos
largas y expresión de furia
porque
me cubro de hojas secas,
cortezas,
chamizos y bejucos.
Pero
soy alta y corpulenta,
cubierta
de ramas y hojas frescas,
musgos
y lianas delicadas,
luciendo
altiva mi sombrero alón,
con
grandes plumas para más belleza.
De
lo dicho sobre mi existencia
resalto
lo que habla de mi cuerpo
como
zarza prendida en movimiento,
mientras
miro con rabia a los humanos
que
buscan siempre destruirlo todo.
Ataco
cuando hay fuertes tempestades,
inundaciones,
derrumbes o borrascas
que
arrasan las cosechas y el ganado;
doy
bramidos y gritos en las noches
de
mayor oscuridad, o desolada
me
quejo cuando hay truenos,
incendios,
ventarrones y relámpagos.
Defiendo
la naturaleza y aborrezco
a
los que invaden mis dominios;
me
enervo cuando derriban árboles,
que
son mi espíritu y razón de ser.
Persigo
sin piedad a vagabundos,
a
maridos incapaces y a borrachos,
igual
que a bronquistas de linderos,
que
desoriento y pierdo en el camino
cuando
pretenden regresar a casa.
No
faltan embusteros que aseguran
ver
cuando robo niños en los campos,
para
luego conducirlos a lugares
boscosos,
detrás de las cascadas.
Y
sostienen los mismos desmadrados
que
cuando sola disfruto de mi baño,
especialmente
en épocas de invierno,
dejo
en las aguas residuos apestosos
que
producen sarna, carate, culebrilla
y
un sin fin de terribles padeceres.
Para
no hallarse en mi presencia
los
campesinos utilizan el tabaco,
pepas
de cabalonga en los bolsillos,
medallas
y también escapularios,
o
un fornido bastón de guayacán.
No
me agradan las comparaciones
con
Dabeiba, Pachamama o Yara,
Capu,
María Lionza o Caa-Yarí,
no
por verlas inferiores y enemigas,
sino
porque yo, la Madremonte,
domino
las montañas colombianas
y
defiendo, por razón o fuerza,
la
flora que atropellan los humanos.
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