EGIR Y RAN
Egir, además de Niörd y Mimir,
era otra de las
deidades marinas
que el Norte
admitía como rey
de las
profundidades acuáticas
(mar costero y
primitivo océano).
Lo mismo que sus
dos hermanos,
procedía de un
género de dioses
distinto a los esir, los elfos y los vanas,
los gigantes y
hasta los enanos,
aunque sí
considerado omnipotente
en sus vastos
dominios movedizos.
Aquietaba o
provocaba tempestades,
y era visto como
un anciano adusto
de larga cabellera
y barba plateada.
Con sus dedos
convulsos agarraba
lo que tuviera
al alcance de la mano;
solía perseguir
lanchas y esquifes,
y otras
embarcaciones que arrastraba
hasta el fondo
con fruición perversa.
Casado con su
hermana Ran
(codiciosa y
despiadada como él),
cuyo diabólico
juego consistía
en esconderse
cerca de las rocas
para devorar los
marinos que salvaba
de los barcos
hundidos por su hermano.
Los náufragos
perdidos en el mar
la veían como
diosa de la Muerte,
y en tierra
creían que agasajaba
los navegantes
que morían en él
llevándolos a su
mansión acuática
para darles,
entre peces y corales,
porciones de
aguamiel tan abundante
como en las
festividades de Valhalla.
Era conocida
como Llama del Mar
por su pasión
hacia el brillante oro,
y orlaba los
palacios de su esposo
con el reflejo
de las olas que azotaba.
Los marinos
nórdicos llevaban
un poco del
metal siempre con ellos,
para conjurar
peligros imprevistos
en sus
constantes y azarosos viajes
por las líquidas
mesetas boreales.
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