MANDINGAS
Se
han tejido sobre mí muchas leyendas
que
me afirman como espíritu del Mal,
cuando
soy en realidad algo tan bueno
como
el grito perenne de la libertad.
Me
llaman con muchísimos apodos
salidos
de la hipocresía y el temor:
Mandingas,
Demonio, Buzirago,
El Diablo,
Biruñas, Belcebú,
Ángel Maldito,
Satanás
o Lucifer,
una
lista tan grande que ni el Putas
podría
recordar aunque quisiera
tenerlas
en los libros de su haber.
Ejerzo
mi poder sobre la naturaleza
y
me gusta deslumbrar a los humanos
ayudando
a que rompan las cadenas
del
pútrido cepo de las supersticiones.
Soy
el protector de los mineros,
los
esclavos, las brujas y los duendes;
hasta
tolero a usureros y ladrones
que
sepan guardar muy bien sus cosas
en
el sólido baúl de los tesoros.
Protejo
también la hechicería,
los
placeres y el ocio creativo
de
bohemios, poetas y pintores
que
protestan y denuncian fechorías
por
medio de Facebook y de twitter.
Me
entusiasman parranda y borrachera,
lo
mismo que excitar a las doncellas
que
buscan sin cesar ser desfloradas
en
noches sin Luna y de tormenta,
igual
que a curas y monjas depravadas
cuando
se masturban en las sacristías
y
en oscuros rincones del convento.
Amo
lo obsceno, lo alegre y libertino
porque
la castidad es enfermiza,
feo
vicio de cobardes y cristianos.
Aparezco
en las fiestas religiosas
y
en muchas romerías pueblerinas
donde
sienten temor a los placeres
que
azotan con su látigo preciso
a
tartufos, rezanderos y cabrones.
Aterro
a los incautos que me pintan
con
pezuñas, con cuernos y con cola,
echando
llamaradas por los ojos
y
exhalando un fuerte olor de azufre,
cuando
no como un macho cabrío
que
seduce las vírgenes impúberes,
ya
que algunos idiotas despistados
se
imaginan que saben predecir
mis
andanzas en noches de jaleo.
Lo
cierto es que soy muy expansivo,
inteligente
y gozador de los asuntos
más
deliciosos que nos da la vida,
porque
esta realidad es muy efímera
y
tan pronto como estemos muertos
ni
Dios ni Diablo tendrán identidad.
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