jueves, 28 de agosto de 2014

Del libro "Trampantojos y otros versos"



LA CLAVÍCULA DE SALOMÓN

Cuenta la leyenda, sin que me conste nada,
que el hijo de David y Betsabé
sucedió a su padre en el trono de Israel
cuando aún no existía nuestra era.

Enamorado de una princesa egipcia
antes y después de aliarse con el padre,
tuvo tratos con los tirios (los del Sur)
por ser excelentes comerciantes,
mas no mancos ni torpes en la guerra.

Levantó el templo de Jerusalén
dando brillo a las tierras conquistadas,
y se hizo legendario por su sabiduría
al escribir el Libro de los Proverbios,
el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares,
el más bello poema de amor profano
que un bípedo implume haya creado.

Patrono de filósofos, botánicos, astrólogos,
y practicante de las ciencias ocultas,
fue un conocedor de talismanes,
amuletos e invocaciones diabólicas,
a quien se le atribuye la Clavícula
bautizada con su propio nombre,
un texto de nigromantes y hechiceros
que ven en tan fantástico tratado
el mecanismo para evocar demonios,
y la lista de condiciones necesarias
para el logro de sus éxitos rotundos.

Todo eso sin nombrar vestuario,
calzado y demás elementos requeridos
en ceremonias de culto, como cetro,
anillo, agua bendita, agujas y buril,
luces, fogatas, perfumes herméticos,
pergamino virgen, pluma para tinta
y sangre para firmar los pactos.

En ese despliegue de imaginación
dispongo apenas de algo no imposible:
terminar el poema y buscar en librerías,
centros comerciales y viejos almacenes,
bibliotecas públicas, y también privadas,
un ejemplar genuino de tan extraña obra,
con el fin de descubrir la fórmula
que pueda liberarme para siempre,
del efecto fatal de tu pasión maleva.

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