HELIGOLAND
“Tierra Sagrada”, vista por
escaldos
en primitivas y valientes sagas.
Los doce
ancianos enrumbaron
hacia el lugar
propicio
para dar fin a
su función de paz.
En el mar
arreció la tempestad
llevando el
barco lejos de la costa
sin ninguna orientación
precisa,
y los ancianos
invocaron a Forseti
con la esperanza
de volver a puerto.
Terminada la
oración se percataron
de un extraño
pasajero en el timón,
que apuntaba el
navío hacia la playa
donde las olas
morían sin violencia.
Llegados los trece
hasta una isla,
el nuevo timonel
les hizo señas
para que
desembarcaran.
Los doce
obedecieron en silencio
mientras el
forastero proyectaba
un hacha colosal
a gran distancia
que hizo brotar
el manantial sagrado.
Bebieron todos
de aquella fuente sacra
y se asombraron
del extraño marinero
similar a sus
rostros y a sus cuerpos,
en conjunto pero
no en particular.
El recién
llegado habló enseguida,
suave al
principio y drástico después,
hasta que expuso
un código de leyes
que demostraba
su función pacífica.
Para celebrar la
aparición del dios
declararon
sagrada aquella isla
mientras
lanzaban terribles maldiciones
contra todos los
que osaran profanar
la santidad del sitio
descubierto,
con intrigas o
reyertas cotidianas.
Desde entonces
el lugar fue conocido
como Tierra de Forseti (Heligoland),
y venerado en
los países nórdicos.
Incluso los vikingos más feroces
dejaron de
irrumpir contra sus costas
con la esperanza
de evitar naufragios
y otras formas
de muerte vergonzosas.
En Heligoland se hacían asambleas
donde juristas
fieles a las tradiciones
bebían agua en
secreto antes del fallo,
como ritual y a
la memoria de Forseti.
Celebraban sus
reuniones en Otoño,
Verano y
Primavera solamente,
pues las tribus
ejercían justicia
cuando la luz
iluminaba los confines
de un mundo más
feraz y equitativo,
como soñaron los
supremos dioses.
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