VIGESIMOPRIMER YO
Vivo
en la Isla de las Manzanas,
situada
en la mitad de un lago,
cuyas
aguas maduras y tranquilas
jaspean
como un telón de acero
tendido
bajo el sol del mediodía.
A
través de los callados bosques
los
héroes muertos en combate
siguen
su camino hasta la orilla
donde
abordan el bote funerario,
conducido
por la exótica mujer
que
oculta su rostro entre crespones
y
sujeta con mano rigurosa
los
cabos del ancla y del timón.
Mientras
avanzan por el agua inmóvil
los
guerreros restañan sus heridas,
para
llegar vigorosos a la isla
donde
el tiempo nunca cambia
y
tampoco muere el Sol.
Los
árboles, doblados por sus frutos,
mitigan
la sed del visitante,
y
la hierba pisada por sus pies
adquiere
suavidad de césped.
La
paz que los vivos desconocen,
es
el pan cotidiano en Avalon.
Y
yo, santo patrono
de
este paraíso de ultratumba,
construí
bajo la fronda generosa
una
rústica iglesia donde oran
y
juran combatir cuando fenezcan,
los
fieles el mal de sus congéneres,
venciendo
a los intrusos agresores
en
los duros encuentros de la guerra.
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