miércoles, 25 de julio de 2012

Del libro "La calle de las complacencias"


LA CALLE DE LAS COMPLACENCIAS

Una bacante loca y un sátiro afrentoso
conjuntan en mi alma su frenesí amoroso.
Porfirio Barba Jacob

Cuando las caricias desganadas de una amante
o los besos indiferentes de la esposa
sean como icebergs de un hielo iderretible.
Cuando el hastío hunda su colmillo infeccioso
en lo más profundo de nuestro corazón.
Cuando nos hallemos cansados de rutinas
y estemos buscando una experiencia nueva.

Cuando sintamos eso y mucho más,
ha llegado el momento de visitar
sin asomo de remordimiento
la siempre novedosa Calle de las Complacencias.

Esta calle ha existido, existe y existirá
mientras el mundo tenga su giro planetario
y los humanos no alcancemos la plena satisfacción
de nuestras más íntimas necesidades eróticas.

Toda cultura, época y lugar
han ofrecido, ofrecen y ofrecerán,
en el instante adecuado y en sus circunstancias,
los deleites innegables de esta acogedora vía.

Allí puede gozarse
desde una simple copulación
con la ramera de turno
hasta el desfloramiento de una niña virgen,
si se lleva la cartera bien nutrida
y se ostenta la influencia necesaria
para que la dueña de casa quiera agasajarnos
con tan exquisito y raro manjar.

Puede buscarse una que acepte ser atormentada
mientras lucha indefensa sobre la cama,
o atada fuertemente de algún pilar apropiado
con lazos de fina seda o rebumbioso metal.

Quizás interese más recibir que dar los latigazos
por mano de una espigada damisela
vestida solamente con altas y negras botas,
además de un cinturón y brazaletes
hechos con piel de oso o cualquier otro animal
que funcione como símbolo de fortaleza.

En lugar de latigazos
podemos gustar mejor una paliza con garfios,
tan popular entre aquellos que quieren santificarse,
o disfrutar otras torturas de diverso estilo,
mientras una jovencita, bella y degenerada,
manipula nuestras partes con fruición perversa.

Si nuestros deseos van aún más lejos,
pueden darnos a oler sus prendas íntimas
o taponarnos la boca con unas tanguitas recién usadas
cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.

Es posible observar también desde un desván
a través de la mirilla indiscreta
los complicados ritos a que otros se someten
o someten a sus lujuriosas víctimas,
si se paga la tarifa establecida
para estos y otros placeres especiales
como esas catárticas orgías.

Y así sucesivamente,
no se carecerá de ninguna extravagancia
si se hacen los méritos adecuados para ello.
Seguro que Procusto
no hubiera creado nada más apetecible
para nuestros secretos e inconfesables deseos
en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.

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