TRIGESIMOTERCER
YO
Mi
nombre no es Paracelso,
ni
siquiera Isaac Newton,
pero
investigo sin tregua,
en
mi búsqueda afanosa,
los
misterios de la alquimia
que
consagran los poderes
de
la eterna juventud.
Con
procedimientos exóticos
sumamente
complicados
busco
la piedra filosofal,
alterando
el fuego tanto
que
aparecen salamandras
cuyas
funciones ayudan
al
proceso creativo.
Como
todos mis colegas,
creo
que el cosmos se hizo
de
una materia uniforme,
variada
luego por los átomos
que
produjeron la Tierra
y
demás cuerpos celestes
que
vagan por el espacio.
Para
mi propósito invoco
al
poderoso dios Hermes,
con
sus sandalias volantes,
su
varita hechizadora
y
la flauta que provoca el sueño.
Desde
hace bastantes siglos,
igual
que mis asistentes,
chamusco
mis vestiduras,
mis
barbas y mis cabellos
con
los chascos cotidianos
que
esas labores producen.
Mis
apoyos más buscados
son,
entre muchos y buenos,
el
hígado del cocodrilo,
los
esqueletos humanos,
la
vejiga de los rumiantes
y
una porción de mandrágora;
eso
agregado a la lista
de
las cosas principales.
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