sábado, 4 de enero de 2014

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



TRIGESIMOTERCER YO

Mi nombre no es Paracelso,
ni siquiera Isaac Newton,
pero investigo sin tregua,
en mi búsqueda afanosa,
los misterios de la alquimia
que consagran los poderes
de la eterna juventud.

Con procedimientos exóticos
sumamente complicados
busco la piedra filosofal,
alterando el fuego tanto
que aparecen salamandras
cuyas funciones ayudan
al proceso creativo.

Como todos mis colegas,
creo que el cosmos se hizo
de una materia uniforme,
variada luego por los átomos
que produjeron la Tierra
y demás cuerpos celestes
que vagan por el espacio.

Para mi propósito invoco
al poderoso dios Hermes,
con sus sandalias volantes,
su varita hechizadora
y la flauta que provoca el sueño.

Desde hace bastantes siglos,
igual que mis asistentes,
chamusco mis vestiduras,
mis barbas y mis cabellos
con los chascos cotidianos
que esas labores producen.

Mis apoyos más buscados
son, entre muchos y buenos,
el hígado del cocodrilo,
los esqueletos humanos,
la vejiga de los rumiantes
y una porción de mandrágora;
eso agregado a la lista
de las cosas principales.

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