BALDER
I
El dios de la
luz era versado
en el
conocimiento de las Runas,
que estaban
escritas en su lengua.
Lo único que no
veían sus ojos
era el
misterioso porvenir,
pero conocía las
virtudes de las flores
y otras cosas
importantes y sublimes.
Los colegas
empezaron a notar
cambios en su
comportamiento:
los ojos ya no
fueron tan azules
porque la luz se
alejó de sus pupilas
y en el rostro
la ansiedad hizo su nido
cuando los
sueños, antes dulces y tranquilos,
se tornaron en
oscuras pesadillas,
produciendo en
su mente delicada
misteriosas
sensaciones de terror.
Sintiendo que su
hijo peligraba
los padres
ordenaron enseguida
a las especies
vivientes, y a las inanimadas,
pronunciar el
juramento de que Balder
no sería presa
de ningún percance.
Todas lo hicieron,
salvo el muérdago,
silencioso habitante
de los robles
que crecían a
las puertas de Valhalla.
Desconfiando de
tales juramentos
Odín consultó las magas de la muerte
después de
viajar a la mansión de Hel,
donde halló,
para sorpresa suya,
un fúnebre festín
de iniciación
con divanes y
tapices negros
apropiados para
un alto personaje.
Inició un ritual
para trazar las Runas
con su poder de
revivir los muertos;
de la tumba
emergió una pitonisa
preguntando en
tono descompuesto
quién osaba
despertarla de su sueño.
El dios la
interrogó sobre las causas
de un banquete
tan pródigo y siniestro;
la vala confirmó sus aprensiones
diciendo que el
invitado era Balder
destinado a ser
muerto por Hodur,
hermano y dios
ciego de la oscuridad.
–¿Quién vengará la muerte de mi hijo?,
volvió a indagar
el dios supremo
cuando escuchó
la macabra profecía.
–Vali, vástago de Odín y Rinda,
descendiente del rey de los ruthenes,
respondió la
pitonisa.
Cuando el dios
interrogó de nuevo:
–¿Quién no llorará la muerte de Balder?,
la vala descubrió al que así le hablaba
y se hundió
presurosa bajo tierra,
jurando no salir
hasta el final del tiempo.
Odín montó su caballo de ocho patas
convencido de
que Orlog (el destino)
en nada cambiaría
sus proyectos.
Cabalgó
melancólico hasta Asgard
temiendo la hora
en que su hijo
dejaría la
mansión celeste. Pero
disfrutó, sin
embargo, del festín
preparado para
él por su regreso.
II
Frigga confirmó que todo bajo el Sol
había prometido
no dañar a Balder,
quien podría
alegrar eternamente
el gran orbe con
su bella estampa.
El Supremo Tuerto, acompañado
por las demás
divinidades nórdicas,
inició juegos en
un campo de recreo
lanzando discos
de oro hacia la Tierra,
casi olvidado
del fatídico presagio
que pesaba como
plomo en su cabeza.
Cansados ya del
juego, idearon otro
que consistía en
fulminar a Balder
con objetos de
variada forma,
pues de acuerdo
con el juramento
nada ni nadie
intentaría dañarlo
mientras fuera
el preferido del planeta.
Tal jolgorio
puso en guardia a Frigga
que hilvanaba
sentada en Fensalir,
cuando Loki cruzó como una anciana
caminando hacia
las puertas de Valhalla
para conferir al
legendario muérdago
una dureza y
tamaño incomparables,
antes de ir al
campo donde Hodur
continuaba
aprensivo y taciturno
porque ciego no
podía participar.
Puso Loki en sus manos una flecha
fabricada con el
parásito encantado,
dirigida contra
el cuerpo de Balder.
El invidente
disparó con tanta fuerza
que un grito de
terror se oyó al instante
mientras su
hermano caía traspasado
por el trozo del
muérdago infernal.
Todos quisieron fulminar
a Hodur,
pero su propia
ley saltó al momento
recordando que
un acto de violencia
violaría el
sagrado juramento
pronunciado en pasadas
asambleas.
III
Cuando supo que
su hijo estaba muerto
Frigga exigió a todas las deidades
pedir su
libertad en la mansión de Hel,
pues la Tierra
exigiría el pronto regreso
del más gallardo
señor del panteón.
Hermod el veloz se ofreció al punto
para cumplir tan
delicada misión,
si Odín le daba su corcel Sleipnir,
único que podía con
sus ocho patas
llevarlo pronto
a la región sombría,
para dar a Balder y su amada esposa
más cariño que
el de todos los esir.
Mientras Hermod viajaba, el primer dios
ordenó hacer una
pira en forma de barco,
adornada con
tapices y coronas florales,
armas y copas de
distinta especie,
sortijas de oro
y otros objetos preciosos,
antes de arrojar
el cadáver sobre ella.
Al mirar esos
hechos tan nefastos
la esposa
decidió continuar cerca
de su amado,
aunque estuviera muerto.
Odín agregó también a lo ya dicho
la oblación de
su corcel y sus sabuesos,
igual que el
anillo poderoso y mágico,
antes de cerrar
la pira con espinos,
representantes
del sueño.
Los dioses, en
pleno reunidos,
se dispusieron a
botar el barco
sobre las olas
del oscuro océano,
y al no poder
hacerlo, se valieron
de una giganta
que pasaba cerca.
En asocio de un
lobo colosal
y unas
serpientes que se retorcían
en convulsiones
estrambóticas,
se dispuso a
cumplir lo negociado,
y apoyando el
navío contra el hombro,
sin esfuerzo lo llevó
hasta el agua.
El suelo crepitó
con tanto estruendo
que todo el orbe
se sintió en peligro,
mientras el
barco navegaba en llamas
debido a la
fricción que padecía
en las dos
amuradas y en cubierta.
Los presentes
casi pierden su equilibrio,
y Thor se enfureció de tal manera
que lapidó a la
mujer con su martillo
junto a las
fieras que la acompañaban.
Lit, un enano entremetido y loco,
se cruzó en el
momento del ritual,
siendo
incinerado junto a la pareja
y en cenizas
transformada su figura.
El barco-pira
soportó la ceremonia
mientras se
hundía ya próximo al Oeste.
Para entonces Cielo
y Tierra fueron uno,
y los dioses no
marcharon hacia Asgard
hasta que la
última chispa se extinguió.
Cuando el barco
se perdió bajo las aguas
todo se hizo oscuro
despidiendo a Balder;
los corazones
quedaron en zozobra
con el final
seguro de los seres vivos
por la llegada
del temido Invierno.
Solo Frigga continuó impasible
y segura de que Hermod el veloz,
a la décima
noche cruzaría
las corrientes
que dificultaban
el alcance de
los dos amantes,
después de
apearse sobre el hielo
y sujetar las
correas de la silla.
Tal como la
diosa lo intuía,
el divino
mensajero espoleó
de nuevo su
caballo Sleipnir,
exhortándolo a
dar tan grande salto
que cayó firme
en la mansión de Hel,
y avanzó hasta
la sala del banquete
donde Balder, sobre un fino diván,
se hallaba
recostado y mal herido.
Un jarro de
aguamiel sin consumir
yacía en el
rincón más apartado,
mientras él, con
su consorte Nanna,
miraban la
vegetación que iba muriendo
por la ausencia
del sol primaveral.
IV
El dios dudó que
su valiente hermano
hubiera llegado
a Hel para salvarlo,
porfiando con la
cabeza y resignado
a quedarse en
tan lúgubre morada
hasta el momento
del último combate.
La diosa de las
sombras, congelada,
escuchó la
petición del mensajero,
aceptando liberar
al presidiario
si los seres
vivos e inanimados
derramaban sus
lágrimas por él.
El mundo deploró
su defunción
confiado en el
regreso del occiso,
no por las
exigencias de la diosa,
sino por el
pacto de los otros dioses
en la última
asamblea de Asgard.
La única
excepción fue el viejo Thok
(Loki camuflado), que no quiso llorar
y prefirió las
frialdades de su cueva,
pues no le
importaba que la muerte
tuviera a Balder por una eternidad.