jueves, 20 de marzo de 2014

Del libro "Poemas escandinavos"



EL REINO SUBTERRÁNEO

Situado muchos metros bajo tierra,
sólo era posible entrar en él
después de largo y fatigoso viaje
por los curvos y ásperos caminos
de las abruptas regiones boreales.

Su puerta principal quedaba lejos
de la violenta población humana,
y hasta Hermod el veloz era incapaz
de llegar antes de las nueve noches
a su glacial vestíbulo,
donde había un puente de cristal
enarcado con el oro de la Tierra
y apenas sostenido por un pelo.

La vigilaba un espantoso esqueleto
que cobraba un porcentaje
de la sangre que llevaban los viajeros,
si cruzaban en caballos y carretas
donde hubiera sido levantada
la pira funeraria de las razas nórdicas.

Después de traspasar el puente
los peregrinos quedaban en la nada,
salvo unos arbolillos recubiertos
con hojas semejantes al acero.

Arribaban al umbral macabro
donde un perro feroz y ensangrentado
los miraba desde su agujero.
Era tan temido que todos los espíritus
le daban pasteles para entretenerlo,
algo bueno si el donante había calmado
la fatiga y la sed de los humildes
en su breve periplo por la Tierra.

Un aire helado se sentía por dentro
y en plena oscuridad podía escucharse
el hervor de un caldero gigantesco,
lo mismo que el rodar de los glaciares
entre ríos que llevaban como cauce
turbias aguas de espadas puntiagudas.

Allí estaba el palacio de una diosa
cuyo plato principal era la hambruna,
los cubiertos la avaricia insana
y la cama el pesar y la tristeza;
una sucia doncella era el descuido
y su novio la mugre y la molicie;
el fracaso reinaba en el umbral
y en sus cortinas las conflagraciones.

El recinto tenía muchos salones
donde la diosa recibía los visitantes:
perjuros, asesinos y cobardes
que fallecían sin brindar su sangre.

Las muertes por vejez o enfermedad
se llamaban sin más muertes de paja,
pues los tálamos del mundo, se decía,
eran hechos de tan burdo material,
inapropiado para los valientes
de la fría y audaz Escandinavia.