viernes, 20 de noviembre de 2015

Del libro "Como simples chalupas al garete"









CANCIÓN DE UN HOMBRE VIEJO
PARA UNA JOVEN MUJER

Llego al pie de tu gruta perfumada,
donde se inician las tibias cordilleras
de tus muslos amantes y encendidos,
para beber con mi danzante lengua
y mis labios de sátiro extraviado,
la linfa que proyectas de tu abismo
como un volcán de palpitante fuego,
junto al Monte de Venus que protege
la excitante curvatura de tu ingle.

Yo que he viajado por distintos sexos,
degusto el tuyo con pasión suprema,
ahora que mi falo adormecido
por el paso inexorable de los años
me niega el don de penetrar tu cuerpo.

Abre entonces, por favor, tus piernas
hasta el extremo de remotos mundos
y deja que me inunden los efluvios
que brotan de tu fresca adolescencia
como fuente Castalia entre mi boca.

Amémonos así, porque mañana
llegaremos al final de nuestros vidas,
con gran remordimiento por no haber
disfrutado del amor y sus liturgias,
cuando tuvimos la fuerza y el deseo
de apurar nuestras mutuas ambrosías.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Del libro "León hambriento el mar"



















ENTREPUENTES

Tiempo ha que los marinos
morían como ratas apestadas
a bordo de sus embarcaciones,
víctimas de diferentes enfermedades,
hoy curadas por la medicina moderna.

Vida dura la de aquellos navegantes,
que a veces no lo eran de profesión,
sino sastres, herreros, campesinos,
músicos ambulantes, mercachifles,
sin descontar comerciantes mayoristas
de aceites y otros productos
con alta demanda en Inglaterra
y Europa continental.

Tales aventureros, casi siempre reclutados
contra su voluntad,
que no sabían controlar el vómito
ni caminar firmes sobre cubierta,
llenaban los entrepuentes con sus babas,
orines y excrementos malolientes,
sin ninguna consideración por el capitán
y el resto de la tripulación.

Su alimentación consistía
en bizcocho seco repleto de gorgojos,
carne salada carcomida por gusanos,
agua descompuesta y uno que otro roedor
que no alcanzaba a escapar de su sevicia.

Era tal la desconfianza con los alimentos
que cuando, eventualmente,
el bizcocho carecía de gorgojos,
lo arrojaban por encima de la borda
con la siguiente explicación:
“Si el gorgojo se niega a consumirlo,
tampoco es comestible para los humanos”.

En ciertas fechas se aumentaba la ración
con manteca rancia, queso podrido,
harina contaminada, miel oscura,
y pan de pasas preparado a bordo.

La mayor parte de los tripulantes
dormía en los entrepuentes
sobre hamacas que colgaban entre los cañones,
doblegados por el agotamiento,
la desnutrición o una tremenda borrachera,
porque, eso sí,
no faltaban el ron y el aguardiente
en mitad de esa miseria destructora.

En los destartalados entrepuentes
(cerrados cuando había mal tiempo)
la fetidez se tornaba insoportable:
la de los hombres sin bañarse
ni cambiarse de ropa
por tres o cuatro semanas, y hasta meses,
igual que la emergente de la cala,
donde el agua putrefacta,
mezclada con los desperdicios,
se aposentaba entre las piedras del lastre.

Esto daba la sensación de que los barcos
llevaban como carga
un contingente de cadáveres, arropados sólo
por la hediondez de una humedad constante.

A lo anterior debe agregarse
un ejército de piojos, chinches y pulgas
que invadían el vestuario y la madera,
sin nombrar tempestades y huracanes,
para comprender en su justa dimensión
la diaria existencia de aquellos seres
que, cuando les era imposible desertar,
se amotinaban o tejían conspiraciones
pasando a cuchillo y bayoneta
a todos los disidentes de la rebelión.

Así transcurrían los días y las noches
en los entrepuentes de las naos
para estos espurios sin casta y sin herencia,
que terminaban sus correrías
convirtiéndose en piratas o corsarios
al servicio de emperadores traficantes,
cuando no morían con la soga al cuello
saliendo airosos frente a sus verdugos,
caso en el cual conquistaban canonjías
para el disfrute de una vejez holgada,
ensalzados por reyes, poetas y pintores.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Del libro "Como simples chalupas al garete"




JOSÉ PRUDENCIO PADILLA

Nacido en Riohacha, el 19 de marzo de 1784,
fue acusado de traición contra Simón Bolívar
y ejecutado en Bogotá, el 2 de octubre de 1828,
con otros tantos compañeros
tildados igualmente de conspiradores.

Marino y militar brillante
en las guerras de independencia americana,
fue excluido de la historia por su figura parda
y ascendencia negra, pese a la popularidad
que tuvo como senador de la Gran Colombia,
engendro del país que padecemos hoy.

Su sangre guajira le dio un espíritu guerrero,
una pasión indeclinable por la libertad,
una vocación heroica, un deseo de aventuras
y un amor infinito por el mar.

Combatió contra Nelson en Trafalgar
antes de sufrir prisión por la derrota,
después de la cual decidió que lucharía
solamente por la tierra que le dio su ser.

Cuando el sitio de Cartagena, logró escapar
de la hambruna, la captura y la ejecución
rompiendo la línea de la escuadra realista,
que impedía la salida de sus habitantes.

José Prudencio realizó varias acciones
que lo llevaron por islas del Caribe
en medio de aventuras y victorias,
hasta obtener el grado de capitán de navío.

Contramaestre del bergantín Independiente,
derrotó a Neptuno, una fragata española,
con el cañonero republicano Concepción,
ganando ascenso como alférez de fragata.

Participó en las campañas de Casanare
trasportando tropas y material de guerra,
y actuó como segundo en la toma de Riohacha,
batallas de Laguna Salada, Pueblo Viejo,
Tenerife, La Barra, Ciénaga de Santa Marta
y Ciénaga San Juan de Tocaguá

Derrotó las fuerzas españolas
dejando a Cartagena en manos granadinas;
alcanzó el rango de general de brigada
y comandante general
del Tercer Departamento de Marina
en la escuadra de operaciones contra el Zulia.

Dirigió la campaña hacia Venezuela
al mando de cinco bergantines, siete goletas
y diecisiete embarcacones más,
triunfando frente al castillo de San Carlos
en la batalla naval del Lago de Maracaibo.

Tales hazañas lo llevaron a general de división
con medalla de oro y pensión anual de 3.000 pesos,
compensación inferior a la de otros militares
que combatieron en la guerra junto a él.
Su piel oscura de nuevo había impedido
el reconocimiento y los honores merecidos,
siempre negados por la casta criolla.

Despojado finalmente de insignias militares,
fue fusilado en la Plaza de la Constitución
antes de ser colgado en la horca
como cualquier traidor o bandido impenitente,
en tanto a Santander le conmutaban la pena
por un exilio en Europa y en los Estados Unidos.

Del libro "Como simples chalupas al garete"








LOS REFUGIADOS

Imposible escribir poemas bellos
mientras miles de refugiados tropezamos
contra hirientes alambradas y trincheras,
cuando podemos vencer los anchos mares,
los desiertos insomnes y las selvas húmedas
en busca de una patria que nos brinde
un remanso de paz, techo y comida.

Un mundo sin entrañas mira y habla
sobre este inmenso contingente exhausto,
desterrado de su entorno por violentos
e insaciables invasores coloniales,
que hoy vuelven su espalda con desprecio
a quienes fuimos antaño sus esclavos.

Hipocresía de una especie destructora
que produce tragedias noche y día,
mientras vive en su limbo existencial
como irredenta refugiada de sí misma,
carcomida por los hongos del olvido.

Se forjaron las castas y el racismo
como defensa contra el extranjero.
Oro y petróleo, con demás riquezas,
cegaron los ojos de los explotadores,
que sentados en sus tronos de marfil
se pudrieron con el pasar del tiempo
cual cadáveres en sus sepulcros blancos.

Hablan de humanismo para ocultar la muerte
que ronda en cada calle, en cada esquina.
Pero los refugiados, enérgicos, gritamos:
¡En esta sociedad globalizada
es justicia que los imperialismos
paguen las consecuencias demográficas
de sus actos brutales y torcidos!
¡Llegaremos desde América Latina,
Irak, Afganistán y Siria,
África negra… desde todas partes,
aunque muchos no alcancemos costa
por perecer en medio de las olas,
o caer prisioneros, malheridos
bajo las balas de los perseguidores!

“Los gritos de los neonazis no son nada
comparados con las agresiones,
el hambre y el miedo de que nuestros hijos
mueran aplastados en una calle de Alepo”,
dijo una madre en un campamento alemán.

Los refugiados huimos de las guerras
fomentadas por los poderosos.
Somos bastardos para naciones ricas:
Miren esa niña con su osito de peluche
en su regazo, esperando apesadumbrada,
en una gélida estación de Budapest.
Aquel hombre con su hija en brazos
descendiendo hacia la vía férrea
que parte la frontera impenetrable
entre Macedonia y Grecia.

Junto a ellos, la multitud que aguarda
con sus párvulos al hombro, triste:
padres y hermanos unidos
por manos trémulas y entrelazadas
como eslabones de una cadena infinita,
símbolo de la infamia, la injusticia y el dolor.
El cansancio y el frío haciendo estragos
en el cuerpo de ancianos pensativos,
que miran con ojos apagados
la cruenta realidad de su derrota.

¿En dónde está el mundo?, me pregunto
con un letrero en las manos, mientras otros
se asoman por las ventanillas
del desvencijado vagón que los trasporta
hacia un lugar incierto y alambrado.
La fatiga y la sed rondan taciturnas,
los gemidos, los lamentos, el insomnio.
¡Pero hay que resistir!
¡Llegó el tiempo del reclamo!
Europa debe su factura, y es hora de cobrarla.

Los refugiados, tendidos en el piso, bocarriba,
en tanto la policía nos requisa como a maleantes
o prisioneros en ruta hacia el exterminio.
Refugiados cruzando alambradas de púas,
arrastrados y vencidos, en la frontera de Serbia
y en los retenes de Hungría.

¡Ah!, los que avanzan empujados
por amigos y parientes, en sus sillas de ruedas,
sobre los durmientes de la ferrovía.
Los sepultados en campos europeos
porque vencieron el furor de las tormentas
pero no soportaron tantas aflicciones juntas.

En las playas, botes inflables salvavidas
hablan a gritos en su mudez neumática
de largas y riesgosas travesías,
la peligrosa odisea, el infinito éxodo,
la xenofobia ingénita y la debacle humana.

¡Europa, Europa: tu compromiso es largo!
¡Somos los condenados del planeta,
sin tierra, sin pan, sin porvenir!
¡Has engendrado los refugiados del mundo!

Del libro "Como simples chalupas al garete"





LA DOLOROSA HISTORIA DE OTA BENGA

Leopoldo II, rey de Bélgica,
sentado en su trono genocida,
utilizó a los nativos del Congo
como exclusiva propiedad privada,
a través de un ejército mercenario
indigno de mejores causas.

Con diez millones de seres mutilados,
esclavizados y explotados
redujo su población a la mitad,
ayudado por el hambre y las enfermedades
en esos campos de miseria y muerte.

Allí vino al mundo “el hombre-simio”,
Ota Benga, indefenso y condenado
a vivir más tarde en una jaula
junto a Dohong, orangután amaestrado,
en un zoológico del Bronx,
cuando fue vendido
a un empresario estadounidense
por un traficante negrero,
más interesado en sal y telas
que en su engorrosa propiedad pigmea.

En su Congo natal Ota Benga presenció
los cuerpos mutilados de sus hijos
al regresar a su aldea de una cacería,
cuando fue apresado por soldados belgas
junto a un bosque cercano al río Kasai
en una de sus tantas campañas de terror,
iniciadas contra los que se resistían
a trabajar sin paga para el amo blanco.

Igual que otros aborígenes de África,
Ota Benga fue llevado a Norteamérica
por creerlo carente de inteligencia,
cultura, tradiciones y religión alguna.

Convirtiose en atracción un largo tiempo
de aquel jardín zoológico,
entre burlas y piedras proyectadas
por una multitud curiosa
que lo pinchaba con hierros y bastones
mientras miraba insensible su dolor.
Muchos viéronle llorar tras de las rejas,
humillado como fiera en mundo ajeno,
sin poder escapar de su desgracia.

Setenta mil años de evolución constante
han sido insuficientes para comprender
que no existen razas inferiores
en esta fauna de matices múltiples.

Finalmente, ya en Virginia,
con sus dientes reparados y vestido
como lo hace cualquier americano,
empezó a trabajar en una fábrica
hasta 1916,
cuando inició un fuego ritual,
arrancó las coronas de su dentadura,
bailó una danza ancestral y disparó
a su propio corazón con un revólver,
cerca del viejo cementerio negro.

A Leopoldo II, rey de Bélgica,
se le recuerda en tratados y en estatuas
como soberano emprendedor
de la conquista colonial de África.
A Ota Benga como un experimento
(si acaso novedoso y desdichado)
de la estúpida sevicia que alimenta
el cerebro de muchos poderosos
que proceden como fiera humana.