sábado, 19 de abril de 2014

Del libro "Poemas montaraces"



BRUJAS CRIOLLAS

Famosas por los pactos que hacemos con Satán
y los hechos inauditos que solemos producir,
casi siempre los martes y los viernes,
cuando llega con su manto la feliz oscuridad.

Volamos en platillos y cáscaras de huevo,
montones de paja y caballos de madera,
escobas y otras cosas supuestamente extrañas
que solemos sostener apretando las dos piernas.

Igual que en el llamado Viejo Mundo,
celebramos aquelarres y fiestas de sabbat
en múltiples lugares de Centro y Suramérica,
ocultas en los bosques y parajes solitarios,
donde adoramos nuestro amante Belcebú.
Hacemos maleficios con emoción sincera,
en Navidad y Corpus Christi, Viernes Santo,
y el 31 de octubre, nuestro fecha principal.

Contrario a las europeas, jóvenes y bellas,
somos viejas repugnantes según dicen
varias fábulas cretinas de trogloditas tartufos,
pero el amor nos persigue noche y día
como chispa desprendida de algún rayo
que copula con truenos y relámpagos.

Seducimos a los hombres donde quiera
y trepamos sobre ellos para abrazarlos fuerte,
quitándoles el aire y el poder de la palabra
hasta quedar exangües sobre la dura tierra.

Son rojizos los ojos porque dormimos poco,
y llevamos vestidos casi siempre destrozados
por espinas y leños encontrados en la senda
que transitamos mudas, o a veces platicando.

Es opaco nuestro pelo, muy sucio y desgreñado,
nuestras narices curvas como el pico de las águilas;
caminamos encorvadas por el peso de los años,
y para ver más lejos intercambiamos ojos
con lechuzas o con gatos, una vez cada semana.

Al volar utilizamos grandes alas de petate
o de esterilla hecha con hojas de una palma;
al ser aves nocturnas graznamos en tejados
y llenamos la noche de siniestras carcajadas.

Como bolas de fuego rodamos en pajares
creando gran alarma en pájaros y gallinas,
en felinos y ganado, culebras y demás bichos
de mayor inteligencia que los bípedos humanos.

Recurrimos a rituales, filtros de amor y venenos
que involucran sacrificios de niños ya secuestrados
en haciendas y rancherías donde matan animales.

Usamos la yerba mora, el laurel y el avellano,
la mandrágora o cicuta, ya victimaria de Sócrates,
porque somos bien adictas a drogas que nos ofrecen
poderes alucinógenos, mientras vamos adorando
a nuestros dioses paganos.

Para espantarnos colocan escobas tras de la puerta,
chanclas puestas al revés metidas bajo la cama,
o voltean una pierna del pantalón de los hombres,
nos invitan a sus casas para ofrecernos la sal,
recuestan junto a la entrada zapatos recién usados,
igual que agujas con puntas dirigidas hacia atrás,
varios granos de mostaza mezclados con la cebada,
que fácilmente camuflan entre cáscaras de arroz.

Hay quiénes cultivan flores para enfrentarse a nosotras
y guardan hojas de ruda metidas en los bolsillos
o las esconden ya secas debajo de las almohadas,
comen carne de lechuza, mafafa fresca y cocida,
con pétalos de amapola después de estar procesada.

Otros buscan protección frotándose una pomada
que huela entre las axilas, y dudando de mujeres
que sepan de brujería, sean conocidas o extrañas,
porque debe desconfiarse (explican los rezanderos),
en tanto no haya certeza de honestidad y prudencia,
asunto que es muy difícil en las conductas humanas
mientras siga el desenfreno en los antros del poder.

Del libro "Poemas montaraces"



MANDINGAS

Se han tejido sobre mí muchas leyendas
que me afirman como espíritu del Mal,
cuando soy en realidad algo tan bueno
como el grito perenne de la libertad.

Me llaman con muchísimos apodos
salidos de la hipocresía y el temor:
Mandingas, Demonio, Buzirago,
El Diablo, Biruñas, Belcebú,
Ángel Maldito, Satanás o Lucifer,
una lista tan grande que ni el Putas
podría recordar aunque quisiera
tenerlas en los libros de su haber.

Ejerzo mi poder sobre la naturaleza
y me gusta deslumbrar a los humanos
ayudando a que rompan las cadenas
del pútrido cepo de las supersticiones.

Soy el protector de los mineros,
los esclavos, las brujas y los duendes;
hasta tolero a usureros y ladrones
que sepan guardar muy bien sus cosas
en el sólido baúl de los tesoros.

Protejo también la hechicería,
los placeres y el ocio creativo
de bohemios, poetas y pintores
que protestan y denuncian fechorías
por medio de Facebook y de twitter.

Me entusiasman parranda y borrachera,
lo mismo que excitar a las doncellas
que buscan sin cesar ser desfloradas
en noches sin Luna y de tormenta,
igual que a curas y monjas depravadas
cuando se masturban en las sacristías
y en oscuros rincones del convento.

Amo lo obsceno, lo alegre y libertino
porque la castidad es enfermiza,
feo vicio de cobardes y cristianos.

Aparezco en las fiestas religiosas
y en muchas romerías pueblerinas
donde sienten temor a los placeres
que azotan con su látigo preciso
a tartufos, rezanderos y cabrones.

Aterro a los incautos que me pintan
con pezuñas, con cuernos y con cola,
echando llamaradas por los ojos
y exhalando un fuerte olor de azufre,
cuando no como un macho cabrío
que seduce las vírgenes impúberes,
ya que algunos idiotas despistados
se imaginan que saben predecir
mis andanzas en noches de jaleo.

Lo cierto es que soy muy expansivo,
inteligente y gozador de los asuntos
más deliciosos que nos da la vida,
porque esta realidad es muy efímera
y tan pronto como estemos muertos
ni Dios ni Diablo tendrán identidad.