LA ÚLTIMA
NOCHE
Una de esas noches
tormentosas,
en las cuales
aparecen los relámpagos,
caen rayos y se
escuchan truenos,
llegó hasta mi
ventana, y deslucida
rompió el vidrio
con sus flacos dedos,
mientras me decía:
“Te abrazaré,
porque quiero que seas mío
en la noche interminable
de los tiempos”.
Asentí, con la
esperanza
de juntar mi
cuerpo con su cuerpo helado.
“Gracias”, dijo, y
extendió sus brazos
buscando el
contacto prometido.
Fue un abrazo
delirante y frío,
más frío que la
noche tormentosa.
“Dame tu calor”,
le dije,
“como lo hacen los
amantes que conozco
y lo cuenta la
historia en sus escritos.
Quiero volar, ver
los astros y la luna,
escalar cumbres y mirar
el mar.
“Imposible”,
respondió.
“No alentaré tu
corazón, aunque te amo.
Mejor, busca quién
prosiga este poema,
porque vas a descansar
eternamente
sin que puedas
escribir de nuevo.
Le di las gracias
y entorné los ojos
mientras Ella
exploraba el firmamento
en su loca carrera
sobre el mar.
Y para siempre me
quedé dormido.