HOJARASQUÍN
DEL MONTE
Aparezco
en formas muy diversas
protegiendo
bosques y animales,
sementeras
y todo lo selvático;
me
cubro con líquenes y helechos,
flores
silvestres, hojas y bejucos
que
me coronan como dios mayor
de
los fértiles Andes colombianos.
Árbol
caminante, quizás monstruo,
a
veces mitad hombre, mitad
asno
cuando
no colosal simio peludo,
fui
engendrado por alguien lujurioso
que
se unió carnalmente a una bestia.
El
vestido lo adquiero revolcándome
en
la miel que derraman las colmenas.
Cuando
alguno me parece bien
lo
encamino por rutas verdaderas,
pero
en el caso contrario
lo
dejo en mitad de la espesura
para
que muera por inanición.
Al
talar los colonos el boscaje
me
oculto en forma de tronco seco
hasta
que brote de nuevo la floresta,
momento
en que vuelvo a levantarme
para
sorpresa y terror de los intrusos.
Entre
musulmanes y españoles
tengo
un primo parecido a mí,
y
los indios guaraníes me suponen
peludo
como soy, en forma humana,
devorando
animales que les robo
a
imprudentes y furtivos cazadores.
Si
espantaban los sátiros en Grecia
con
sus cuernos y orejas puntiagudas
a
pávidos o intonsos caminantes,
también
yo con mi musgoso cuerpo,
mis
ramas, mi hojarasca y mis bejucos,
mis
helechos y pezuñas de venado,
aterro
sin piedad cuando aparezco
a
los que quieren destruir el monte.
Soy
la fertilidad aunque me teman,
pero
ayudo y protejo a los honestos
que
aman y respetan fauna y flora,
porque
encarno espirituales fuerzas
que
son vida y esencia de los bosques.