viernes, 1 de agosto de 2014

Del libro "Trampantojos y otros versos"



LAS RESPUESTAS

Nunca sabremos nada.
Porfirio Barba Jacob

Interrogué los astros, los planetas, los satélites, los asteroides, los meteoros, los cometas, el cinturón de Kuiper, la nube de Oort, las galaxias, las nebulosas, las constelaciones, los agujeros negros normales, los primitivos y los de gusano… Y no me dieron respuesta.
Me acerqué a las gigantes rojas, las supernovas, las enanas blancas y marrón, a la materia oscura, la antimateria, los cuantos, los cuásares, los neutrinos, los neutrones, los protones, los electrones y los hadrones, los rayos equis, gamma, ultravioleta e infrarrojos, los ángulos horarios y de ataque… Y nunca me respondieron.
Fui a las aberraciones cromática y esférica, a los años luz y los conos de luz, al azimut, al afelio, el perihelio, el apogeo y el perigeo, a las antipartículas y sus parientes, al acelerador de partículas, y por supuesto, a las partículas virtuales, elementales y de cualquier otra clase… Y no me dijeron nada.
Decidí preguntar entonces a las ascensiones recta y curva, a la astronomía tradicional, la astrofísica, la astrometría y la astronáutica, a los campos de Maxwell, de fuerza, magnéticos y gravitatorios… Y la respuesta no llegó.
Insistí frente a los antípodas, el Big Bang, el Big Crunch, el baricentro, la carta celeste, el cenit, el nadir, los círculos paralelos, las inclinaciones, giros y declinaciones, sin olvidar las constantes cosmológicas de Hubble y de Planck… Pero no recibí respuesta.
Pensé en las coordenadas, las conjunciones, la carga eléctrica, el cero absoluto, los efectos Doppler, fotoeléctrico, Hawking y Casimir, las culminaciones, el corrimiento cósmico, las efemérides, las cefeidas, perseidas, las leónidas, las condiciones iniciales y de contorno, incluso, la ausencia de contorno… Y de nada me sirvió.
Sin darme por vencido, cuestioné las singularidades, la ley de conservación energética, las cuerdas cerrada y cósmica, el desplazamiento hacia el rojo y el azul, los cúmulos abierto y globular, las dimensiones espaciales, la dualidad onda-partícula, los epiciclos deferentes y otros más, las determinaciones, los diagramas y discos de acreción… Y la respuesta continuó escondida.
Consulté las distancias, los eclipses, las ecuaciones, la eclíptica, los elementos orbitales, la elipsis, la energías cinética y potencial, lo equinoccios, los solsticios, las esferas celeste, topocéntrica, geocéntrica, heliocéntrica y baricéntrica… Y me dejaron a oscuras.
Me dirigí al espacio-tiempo, a la energía de la gran unificación y de la unificación electrodébil, a la entropía, los espines, los espectros, los espectrógrafos y la espectroscopia, al estado estacionario, la estructura causal, las excentricidades y estrellas de neutrones… Y jamás abrieron la boca.
Me concentré en las lentes acromática y gravitacional, en las fases de la Luna, en los grupos locales, las hipérbolas, el horizonte astronómico y de sucesos, en el índice de calor, la inflación, el indeterminismo científico, las fuerzas nucleares débiles y electromagnéticas… Y no dijeron ni mu.
Investigué las fusión nuclear, la dilatación temporal, las dimensiones enrollada y espacial, la geodesia, la interacción nuclear fuerte, el límite de Chandrasekhar, las longitudes de onda, la mecánica cuántica y la celeste, el principio de incertidumbre antrópico, el de exclusión y el cuántico de Planck… Y permanecieron mudos.
Confronté la radiación de fondo de microondas, los radares, los tiempos y el número imaginarios, la radioactividad, la relatividad especial y general, la teoría de la gran unificación, las magnitudes estelares, la gravedad cuántica, el infinito, los grados Kelvin, centígrados, Celsius y Fahrenheit, junto a los demás grados… Y me dejaron como antes.
Continué con la materia degenerada, la luminosidad, el medio y el polvo interestelares, los meridianos, las refracciones, las absorciones, el reposo absoluto, las resoluciones, la frecuencia principal, el círculo máximo, los semicírculos y los sistemas diferencial e inercial… Y permanecí en las mismas.
Desesperado recurrí a la NASA, estudié los propelentes, los distintos positivismos, el problema de los cuerpos, las protoestrellas, los pulsares, el punto vernal, los movimientos medio, diurno y uniforme, la precesión y las naves espaciales… Ni siquiera me miraron.
Volví sobre los nodos ascendente y descendente, las novas, las nutaciones, las parábolas y los paralajes, la penumbra, la singularidad desnuda, la segunda luz y la segunda ley de la termodinámica, la supersimetría, la supergravedad y el universo membrana… La indiferencia fue enorme.
Puse mi esperanza en la velocidad, la teoría del caos, los tiempos civil, atómico internacional, cosmológico y de efemérides, el paso por el pericentro dinámico, el baricéntrico, el terrestre, los siderales –local y de Greenwich–, el solar aparente y medio, el simplemente universal y el universal coordinado… Y quedé peor todavía.
Acorralé las poblaciones uno y dos, los telescopios, las unidades astronómicas, los parsecs, las conjeturas, las verticales, la arqueoastronomía, el zodíaco, la astrología, las cosmogonías, las teologías, las teogonías y demás ciencias, artes y supersticiones conocidas, como los sistemas políticos y religiosos, las corrientes ideológicas, la hechicería, los oráculos, la brujería, la adivinación y otras muchas nacidas de mi fantasía… Pero el enigma no se resolvió.
Desilusionado y maltrecho en mi búsqueda infructuosa –e impotente para esclarecer la incógnita–, me refugié en la poesía con la esperanza de sobrellevar mejor, dentro de los límites humanos, la desazón, la angustia y la rebeldía que diariamente me carcomen, porque no me resigno a vivir en perpetua oscuridad después de este fracaso aterrador y fiero.