LAS
RESPUESTAS
Nunca sabremos
nada.
Porfirio Barba Jacob
Interrogué
los astros, los planetas, los satélites, los asteroides, los meteoros, los
cometas, el cinturón de Kuiper, la nube de Oort, las galaxias, las nebulosas,
las constelaciones, los agujeros negros normales, los primitivos y los de
gusano… Y no me dieron respuesta.
Me
acerqué a las gigantes rojas, las supernovas, las enanas blancas y marrón, a la
materia oscura, la antimateria, los cuantos, los cuásares, los neutrinos, los
neutrones, los protones, los electrones y los hadrones, los rayos equis, gamma,
ultravioleta e infrarrojos, los ángulos horarios y de ataque… Y nunca me
respondieron.
Fui
a las aberraciones cromática y esférica, a los años luz y los conos de luz, al
azimut, al afelio, el perihelio, el apogeo y el perigeo, a las antipartículas y
sus parientes, al acelerador de partículas, y por supuesto, a las partículas
virtuales, elementales y de cualquier otra clase… Y no me dijeron nada.
Decidí
preguntar entonces a las ascensiones recta y curva, a la astronomía
tradicional, la astrofísica, la astrometría y la astronáutica, a los campos de
Maxwell, de fuerza, magnéticos y gravitatorios… Y la respuesta no llegó.
Insistí
frente a los antípodas, el Big Bang, el Big Crunch, el baricentro, la carta
celeste, el cenit, el nadir, los círculos paralelos, las inclinaciones, giros y
declinaciones, sin olvidar las constantes cosmológicas de Hubble y de Planck… Pero
no recibí respuesta.
Pensé
en las coordenadas, las conjunciones, la carga eléctrica, el cero absoluto, los
efectos Doppler, fotoeléctrico, Hawking y Casimir, las culminaciones, el
corrimiento cósmico, las efemérides, las cefeidas, perseidas, las leónidas, las
condiciones iniciales y de contorno, incluso, la ausencia de contorno… Y de
nada me sirvió.
Sin
darme por vencido, cuestioné las singularidades, la ley de conservación
energética, las cuerdas cerrada y cósmica, el desplazamiento hacia el rojo y el
azul, los cúmulos abierto y globular, las dimensiones espaciales, la dualidad
onda-partícula, los epiciclos deferentes y otros más, las determinaciones, los
diagramas y discos de acreción… Y la respuesta continuó escondida.
Consulté
las distancias, los eclipses, las ecuaciones, la eclíptica, los elementos
orbitales, la elipsis, la energías cinética y potencial, lo equinoccios, los
solsticios, las esferas celeste, topocéntrica, geocéntrica, heliocéntrica y
baricéntrica… Y me dejaron a oscuras.
Me
dirigí al espacio-tiempo, a la energía de la gran unificación y de la
unificación electrodébil, a la entropía, los espines, los espectros, los espectrógrafos
y la espectroscopia, al estado estacionario, la estructura causal, las
excentricidades y estrellas de neutrones… Y jamás abrieron la boca.
Me
concentré en las lentes acromática y gravitacional, en las fases de la Luna, en
los grupos locales, las hipérbolas, el horizonte astronómico y de sucesos, en
el índice de calor, la inflación, el indeterminismo científico, las fuerzas
nucleares débiles y electromagnéticas… Y no dijeron ni mu.
Investigué
las fusión nuclear, la dilatación temporal, las dimensiones enrollada y
espacial, la geodesia, la interacción nuclear fuerte, el límite de
Chandrasekhar, las longitudes de onda, la mecánica cuántica y la celeste, el
principio de incertidumbre antrópico, el de exclusión y el cuántico de Planck… Y
permanecieron mudos.
Confronté
la radiación de fondo de microondas, los radares, los tiempos y el número
imaginarios, la radioactividad, la relatividad especial y general, la teoría de
la gran unificación, las magnitudes estelares, la gravedad cuántica, el
infinito, los grados Kelvin, centígrados, Celsius y Fahrenheit, junto a los
demás grados… Y me dejaron como antes.
Continué
con la materia degenerada, la luminosidad, el medio y el polvo interestelares,
los meridianos, las refracciones, las absorciones, el reposo absoluto, las
resoluciones, la frecuencia principal, el círculo máximo, los semicírculos y
los sistemas diferencial e inercial… Y permanecí en las mismas.
Desesperado
recurrí a la NASA, estudié los propelentes, los distintos positivismos, el
problema de los cuerpos, las protoestrellas, los pulsares, el punto vernal, los
movimientos medio, diurno y uniforme, la precesión y las naves espaciales… Ni
siquiera me miraron.
Volví
sobre los nodos ascendente y descendente, las novas, las nutaciones, las
parábolas y los paralajes, la penumbra, la singularidad desnuda, la segunda luz
y la segunda ley de la termodinámica, la supersimetría, la supergravedad y el
universo membrana… La indiferencia fue enorme.
Puse
mi esperanza en la velocidad, la teoría del caos, los tiempos civil, atómico
internacional, cosmológico y de efemérides, el paso por el pericentro dinámico,
el baricéntrico, el terrestre, los siderales –local y de Greenwich–, el solar
aparente y medio, el simplemente universal y el universal coordinado… Y quedé
peor todavía.
Acorralé
las poblaciones uno y dos, los telescopios, las unidades astronómicas, los
parsecs, las conjeturas, las verticales, la arqueoastronomía, el zodíaco, la
astrología, las cosmogonías, las teologías, las teogonías y demás ciencias,
artes y supersticiones conocidas, como los sistemas políticos y religiosos, las
corrientes ideológicas, la hechicería, los oráculos, la brujería, la
adivinación y otras muchas nacidas de mi fantasía… Pero el enigma no se
resolvió.
Desilusionado
y maltrecho en mi búsqueda infructuosa –e impotente para esclarecer la
incógnita–, me refugié en la poesía con la esperanza de sobrellevar mejor,
dentro de los límites humanos, la desazón, la angustia y la rebeldía que
diariamente me carcomen, porque no me resigno a vivir en perpetua oscuridad después
de este fracaso aterrador y fiero.