YO, ESPARTACO
Dicen
los historiadores que en el año 113
antes
de llegar el Redentor Occidental,
vine
al mundo en una región de Tracia
dominada
en aquel tiempo por el Imperio Romano.
Al
negarme a servir en las tropas invasoras
fui
reducido a esclavitud,
enviándome
a las canteras para trabajos forzados.
Comprado
por alguien, traficante en prisioneros
para
la escuela de gladiadores en Capua,
pude
escapar ileso gracias a mi fortaleza,
mi
penetrante inteligencia y mesurado juicio.
Iniciada
la rebelión, bajo mis órdenes
fue
derrotado Clodio Glabro el pretor
en
la llamada Tercera Guerra Servil,
conocida
como Guerra de los Esclavos
o
simple Guerra de los Gladiadores,
en
la Batalla del Vesubio.
A
la victoria encimamos
la
derrota del pretor Varinio,
con
sus lictores y caballo,
obligándolo
a escapar como un bandido,
a
marchas forzadas, sin partidarios y a pie.
Tomamos
varias ciudades por las armas
mientras
me afanaba en preparar un ejército
de
70 mil hombres dispuestos y aguerridos,
que
llegaron a sumar más de 100 mil,
para
enfrentar las legiones imperiales.
Combatimos
contra Léntulo Clodiano
y
Lucio Gelio
evadiendo
sus emboscadas,
o
tendiéndoselas.
Jamás
olvidaré tan azarosos encuentros
bajo
el auspicio de victorias decisivas.
Observando
que no éramos vencibles,
los
romanos reunieron,
a
las órdenes del cónsul Craso Longino,
todas
sus fuerzas disponibles
para
el encuentro definitivo
en
las llanuras del Po.
Pero
igual que en ocasiones anteriores,
mordieron
el polvo y bebieron su desgracia.
En
Apulia libré el último combate
después
de sacrificar mi caballo
para
igualarme con mis subalternos.
¡Ay
de mí cuando imaginé que el enemigo
me
daría los necesarios tras su inminente derrota,
o
que al contrario, no tendría necesidad de ellos!
No
sin antes conquistar mayores triunfos,
fui
traicionado por piratas sicilianos
que
me entregaron con el grueso de mis tropas
a
la barbarie de mis perseguidores.
¡Oh
soberbia! ¡Oh infortunio!
¡Oh
vanidad de mis últimos momentos,
llevada
hasta los bordes de la irracionalidad!
Herido
y de rodillas en el instante supremo
caí
con 60 mil de mis hombres
sobre
la hierba roja.
Los
que lograron sobrevivir y no escaparon
fueron
crucificados al borde de la Vía Appia
entre
Capua y Roma para escarmiento de todos,
como
lección de dominio
y
advertencia de los vencedores
a
las futuras generaciones.
El
noble Craso capturó a Varinia
con
nuestra descendencia de meses,
liberándola
después en compañía del niño
y
enviándola secretamente hacia su tierra natal,
protegida
por un manto de riquezas materiales.
Hoy
mi espíritu regresa ordenando a los vencidos
no
doblegar la frente en sus luchas libertarias
ni
claudicar ungiendo poderes imperiales.
Mientras
Varinia duerme su sueño interminable
y
callados reposan mis ínclitos guerreros
bajo
la tierra parda que aplaudió sus hazañas,
seguiré
dando un ejemplo sobre el pesado mundo
que
impenitente sueña fundir la oscuridad.