MALDICIÓN
La
hora en que yo muera
“(¡ y el día esté lejano!)”
no
quiero ceremonias de ninguna clase.
¡Lejos
de mí toda parafernalia!
A
los que ignoren mi deseo póstumo,
pestes
y desastres los invadan siempre
como
ratas voraces y dañinas,
hasta
la décima generación.
Exijo
procedimientos limpios,
rápidos,
sencillos y discretos,
aunque
mejor sería
morir
en la mitad del mar,
lejos,
muy lejos del contacto humano.
Así,
los voraces tiburones,
mis
eternos amigos respetables,
tendrían
su banquete submarino,
digno
del inmenso Poseidón.
O
bien a gran altura cuando estalle
la
nave que me lleva a otras tierras,
abrasado
por sus llamas voladoras
que
consumen los cuerpos en el aire.
¡Eso
es morir!, no entre las sábanas
de
una cama doliente y anodina,
con
sudores y lágrimas insípidas,
o
tontos comentarios de pasada
que
indignan mi silencio y mi ataúd.