sábado, 17 de mayo de 2014

Del libro "Poemas siderales"



JÚPITER

De tantos planetitas debiluchos
exijo el culto que merecen todos
los seres divinos importantes.
Descontando al Astro Rey,
soy el gigante del Sistema Solar
(dos y media veces mis parientes juntos),
y alejado de mi progenitor
más de cinco unidades astronómicas.

Mi rotación es la más corta
entre los hijos del Sol,
y mi traslación la más larga
con relación a éstos.
No destroné a mi padre ni fui gemelo suyo,
lo que muestra claramente mi condición divina.

Mis torbellinos sobrepasan los 500 k p h,
y la mancha roja que poseo
es el signo de un enorme anticiclón.
Por mi consistencia gaseosa giro
a distintas velocidades en mis puntos principales:
lento en los polos
y diferencia de cinco minutos respecto al ecuador.

Mi masa (entre 50 y 100 millones de atmósferas)
tiene un campo magnético tan denso
que incluso ha superado al de la Tierra.
Difundo más energía de la recibida
y el anillo que me abraza (más que anillo cinturón)
es otra maravilla con que asombro a los humanos.

Mis hijos más robustos son:
Ío, Calisto, Ganímedes y Europa.
El primero tiene mal estómago y vomita
lava y azufre derretido, por sus bocas.

Europa, de rostro abrillantado y liso,
refleja el 60% de la luz que da su abuelo,
y cubierto de agua líquida en su entraña,
la lleva helada en su corteza externa.

Ganímedes, el mayor de la familia
y el más grande del Sistema que nos rige,
tiene un campo magnético atrayente y firme
en su estimable y espacioso hábitat.

Calisto no logra armonizar
sus juegos en las traslaciones
como lo hacen los otros tres o más,
por su estructura de hielo y roca oscura
sobre un rostro con viejas cicatrices.

El futuro dirá mis cualidades
y las de mis grandes hijos,
sin olvidar el resto de la prole
que ni siquiera nombro,
por discreción filial.

Mi prestigio crecerá con los milenios
en los campos de la ciencia y la mitología,
marcados ambos en esencia y forma
por el punzón sin mella de la imaginación.