domingo, 20 de abril de 2014

Del libro "Poemas montaraces"




DUENDES

Juguetones y perversos como nadie lo imagina,
cubrimos el territorio de la nación colombiana
y el resto del continente,
igual que nuestras colegas las brujas americanas.

Nos gusta robar enseres y ocultarlos en las cuevas,
lo mismo que lanzar piedras a los techos de las casas,
remover camas y cunas y arrebujar los baúles.

Hacemos ruidos extraños para espantar a los hombres,
provocar las tempestades y destruir las cosechas,
aunque en ciertas ocasiones las cuidamos con esmero
junto a los seres humanos.

Salimos como los niños a jugar con los enanos,
vestidos de mil colores entre el rojizo y el verde,
llevando sombreros finos para cubrir la cabeza,
sea en invierno y en verano.

Andamos por los tejados y penetramos los hornos
pulsando cuatro y requinto,
aunque somos más expertos con la flauta y el flautín,
donde somos soberanos.

Abrimos también corrales para soltar los terneros,
y seguimos las familias a donde quiera vayan;
ayudamos al trasteo cuando son nuestras amigas,
o en situaciones contrarias extraviándoles las cosas
donde no puedan hallarlas.

Como sátiros nos gusta seducir a las doncellas
que se atreven a salir sin permiso de los padres
en horas no acostumbradas,
sobre todo en ciertos sitios solitarios y lejanos,
donde sólo pueda oírse el rumor de las quebradas.

Volamos como las aves, y dicen habernos visto
la mano izquierda de lana y la derecha de hierro
para maltratar viajantes rebeldes y testarudos
que no respondan preguntas de manera solidaria.
Tienen hueco su cacumen, o si se quiere al contrario,
pues nadie sabe en qué forma utilizamos la fuerza
que sabios dioses nos dieron sin hipócrita soberbia.

Para poder desterrarnos se inventaron oraciones
y conjuros tan inocuos y anticuados como éste:
¡Fuera espíritus rebeldes y también perturbadores.
En los nombres de Jesús, de María y de José
os conjuro y os ordeno en este instante preciso,
que abandonéis esta casa sin demora ni perjuicio
y permanezcáis por siglos en el rincón más secreto
de los profundos infiernos,
para que nunca tornéis a propiciarnos el mal!

Además del anterior,
otros rezos y conjuros intentan mortificarnos,
algo que no consiguen en ninguna circunstancia,
porque diablillos o duendes
hemos sido invulnerables a través de Suramérica,
y más en esta Colombia donde la vida es tan dura
por atropellos y robos, matanzas y otros desastres
de la maldita violencia que se niega a descansar.