DUENDES
Juguetones
y perversos como nadie lo imagina,
cubrimos
el territorio de la nación colombiana
y
el resto del continente,
igual
que nuestras colegas las brujas americanas.
Nos
gusta robar enseres y ocultarlos en las cuevas,
lo mismo que lanzar piedras a los techos de las casas,
remover
camas y cunas y arrebujar los baúles.
Hacemos
ruidos extraños para espantar a los hombres,
provocar
las tempestades y destruir las cosechas,
aunque
en ciertas ocasiones las cuidamos con esmero
junto
a los seres humanos.
Salimos
como los niños a jugar con los enanos,
vestidos
de mil colores entre el rojizo y el verde,
llevando
sombreros finos para cubrir la cabeza,
sea
en invierno y en verano.
Andamos
por los tejados y penetramos los hornos
pulsando
cuatro y requinto,
aunque
somos más expertos con la flauta y el flautín,
donde
somos soberanos.
Abrimos
también corrales para soltar los terneros,
y
seguimos las familias a donde quiera vayan;
ayudamos
al trasteo cuando son nuestras amigas,
o
en situaciones contrarias extraviándoles las cosas
donde
no puedan hallarlas.
Como
sátiros nos gusta seducir a las doncellas
que
se atreven a salir sin permiso de los padres
en
horas no acostumbradas,
sobre
todo en ciertos sitios solitarios y lejanos,
donde
sólo pueda oírse el rumor de las quebradas.
Volamos
como las aves, y dicen habernos visto
la
mano izquierda de lana y la derecha de hierro
para
maltratar viajantes rebeldes y testarudos
que
no respondan preguntas de manera solidaria.
Tienen
hueco su cacumen, o si se quiere al contrario,
pues
nadie sabe en qué forma utilizamos la fuerza
que
sabios dioses nos dieron sin hipócrita soberbia.
Para
poder desterrarnos se inventaron oraciones
y
conjuros tan inocuos y anticuados como éste:
¡Fuera espíritus
rebeldes y también perturbadores.
En los nombres
de Jesús, de María y de José
os conjuro y os
ordeno en este instante preciso,
que abandonéis
esta casa sin demora ni perjuicio
y permanezcáis por
siglos en el rincón más secreto
de los profundos
infiernos,
para que nunca
tornéis a propiciarnos el mal!
Además
del anterior,
otros
rezos y conjuros intentan mortificarnos,
algo
que no consiguen en ninguna circunstancia,
porque
diablillos o duendes
hemos
sido invulnerables a través de Suramérica,
y
más en esta Colombia donde la vida es tan dura
por
atropellos y robos, matanzas y otros desastres
de
la maldita violencia que se niega a descansar.