LOS
HUEVOS DE LA POESÍA
Huevo
cocido
¡La
poesía tiene huevo!
¿Será
por tanta huevonada
que
escribimos los poetas?
Si
la poesía tiene huevo
debe
ser un huevo bien cocido,
no
tibio ni blandito,
y
menos de cualquier manera.
Debe
ser un huevo duro,
cocido
en el caldero de la imaginación,
en
las aguas hirvientes de los mares perpetuos,
sobre
el horno encendido de las constelaciones,
bajo
la mirada impúdica de los dioses paganos
o
en la envolvente de un solitario Dios.
¿Qué
mago –me pregunto–
puede
cocer el huevo inasible de la poesía?
¿Entre
los hervores de qué líquido
coagular
su yema de amarillos ojos
y
su clara transparente y pura?...
Sólo
el poeta sabe semejante alquimia,
siendo
el único llamado a degustar
en
la mesa de los sueños tan generoso manjar.
Huevo
que nunca mueres,
huevo
que te cueces en cada poesía,
huevo
de innumerables formas y texturas
divinas
y profanas:
Quiero
tus nutrientes hoy
cuando
aún la vida me sonríe
como
duende juguetón y tierno
entre
gallinas de un mágico galpón.